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¿Cuál es mi vara de medir personal?

www.lautopiaesposible.blogspot.com.06.35

Por Clara Olivares

En más de una ocasión en nuestra vida nos hemos visto sacando nuestra propia vara de medir para evaluar a una persona o a una situación determinada.

Por lo general, no somos conscientes de que lo hacemos, pero el resultado siempre suele ser el mismo: clasificamos mediante un juicio.

El juicio que emitimos puede variar, es decir, ¿somos de los que utilizamos una medida para juzgarnos y otra bien distinta para los otros? ¿Quizás somos más indulgentes con nuestros pecados y más exigentes con el que está enfrente?

O, todo lo contrario: nos juzgamos de forma implacable a nosotros mismos, y somos laxos con lo que hacen los demás.

Como digo una y otra vez, solemos repetir de forma inconsciente aquello que aprendimos.

Puede que provengamos de un pasado en el que se nos exigía ser perfectos (de forma explícita o implícita) y crecimos albergando el miedo inconsciente de que «jamás íbamos a dar la talla».

Y fruto de ese miedo, generalmente, nace una auto-exigencia descomunal, incluso una que raya en la inhumanidad.

Y yo digo, ¿ser tan duros con nosotros mismos no nos despierta un poquito de compasión?

Ay! La exigencia… ésta siempre suele albergar dos caras: una, la que puede ser implacable y que no admite la compasión y la otra, aquella que mide con un rasero a los otros y con otro a mí mismo o, a ciertas personas.

En el caso de la compasión, ésta es extensible a otr@ como a mí mism@.

Entre mayor sea el miedo que albergamos, más rígidos o más exigentes nos ponemos.

Llegando incluso a tener actuaciones absurdas, o, a ver cosas donde no las hay. Como, pensar que un gesto cualquiera puede significar que ese otro está enamorad@ de mí por ejemplo, o, todo lo contario, que me odia.

En la mayoría de los casos, suele existir una ceguera ante la vara de medir que se usa consigo mismo respecto a la que se utiliza con otro.

El caso típico es aquel en el que unos padres enamorados de su hij@, son incapaces de apreciar que algunas de las cosas que ese chiquill@ hace son actos de la más pura mala educación.

Ven como «adorable» aquello que el mundo exterior califica de «insoportable».

Sería interesante hacer un ejercicio: ¿cómo he operado yo respecto a la vara de medir que aplico?

¿Utilizo la misma conmigo y con los demás?

Existen casos en los que, pasado el tiempo, continuamos descalificando a otra persona, aunque el suceso que desencadenara el juicio que emití haya sucedido hace mucho tiempo.

¿Qué nos está sucediendo, que hace que para nosotros no corra el tiempo?

Es como si nos hubiéramos quedado anclados en un pasado permanente.

Y si lo analizamos hoy, nos podríamos plantear las siguientes preguntas: ¿fué realmente tan despreciable o tan grave ese acto?, ¿Cuáles eran las circunstancias de esa persona para que actuara así?. Desde ese momento a la actualidad, ¿ha cambiado esa persona?

Por lo general, en el caso de ser implacables, solemos serlo tanto con uno mismo como con el otro.

¿Qué estoy deseando demostrar por todos los medios? y ¿a quién?

Resulta útil observar los indicativos que arrojan las actuaciones puntuales en nuestra vida.

Es el caso de algunos padres y madres que piensan y creen que si le ponen algún tipo de límite a su hij@, van a dejar de ser «enrollados» a los ojos de ellos.

Y nada más lejos de la realidad. Un niñ@ necesita que el adulto le marque un límite, sino, crecerá perdido e inseguro.

Recuerdo lo que decía una madre que tenía una hija pre-adolescente: «dentro de poco va a comenzar a odiarme sin ninguna razón. Pues yo ahora le voy a dar un motivo real para que me odie».

Bueno, tampoco hay que pasarse… como reza el dicho popular: «ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no le alumbre».

Lo cierto es que, independientemente de la edad que tengamos, somos sensibles al juicio favorable o desfavorable que el mundo exterior tenga de nosotros.

Existen parcelas en las que este juicio juega un papel decisivo y otras en la que este juicio es más relativo.

Imagino que la importancia que le demos, dependerá de los aspectos que se pongan en juego en cada circunstancia.

No será la misma si de ese juicio depende o no nuestra supervivencia. Y no me refiero exclusivamente a la supervivencia física, la psíquica es igual o más importante.

Lo que si puedo afirmar, es que, en la medida en que vamos madurando, el juicio que otro pueda llegar a emitir sobre nosotros, deja de ser tan  trascendental y se va convirtiendo poco a poco en algo más relativo.

 En mi próximo artículo hablaré sobre la des-información y el poder.

(Imagen: http://www.lautopiaesposible.blogspot.com)

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Ideas irracionales

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(Por Clara Olivares)

Quien acuñó el concepto de las ideas irracionales fue el psicólogo estadounidense Albert Ellis, más o menos sobre los años 50 del siglo pasado.

Para muchos autores, él fue el padre de las terapias cognitivo-conductuales.

Como le sucede a las escuelas o corrientes terapéuticas, todas poseen puntos fuertes y puntos débiles. No existe la panacea…

Y a la terapia cognitivo-conductual le sucede otro tanto de los mismo.

Eso no quiere decir que no haya aportado herramientas valiosas que han favorecido el auto-conocimiento y el trabajo con otros seres humanos.

Ellis partía de la hipótesis de que, «… no son los acontecimientos los que generan los estados emocionales, sino la manera de interpretarlos. Si somos capaces de cambiar nuestros esquemas mentales seremos capaces de generar nuevos estados emocionales menos dolorosos y más acordes con la realidad, por tanto, más racionales y realistas

Observó que existían unas ideas irracionales comunes a los seres humanos y sintetizó 11 de ellas como las básicas.

Lo que me resulta muy interesante de las aportaciones de esta escuela, es que las ideas irracionales tienen su origen en las creencias que tiene todo individuo.

De hecho, cuando una persona se toma el tiempo para analizar sus propias creencias, puede seguir el rastro que éstas van dejando. Siguiendo su pista podrá determinar de dónde provienen.

Lo que las convierte en irracionales, es que por una parte, se mueven dentro de un espectro dicotómico que únicamente admite dos únicas posibilidades, por lo general contradictorias (todo/nada, siempre/nunca, etc.) y por otra, que éstas se manifiestan como certezas irrefutables.

Sin lugar a dudas son interpretaciones que se hacen de asuntos variados, pero que en un momento dado, estas interpretaciones se convierten en verdades absolutas de carácter dogmático.

Como señalo más arriba, la naturaleza irracional de estas creencias viene dada por la interpretación que de ellas se hace, y que por regla general, éstas adolecen de un sustento lógico.

El cumplimiento de una creencia puede darse o no, es aleatorio.

El planteamiento del Sr. Ellis consistió en hacer un análisis de cada una de estas creencias y así descubrir qué es lo que las hace irracionales, ofreciendo  alternativas diferentes también de tipo racional.

Tomemos como ejemplo la Idea Irracional Nº 1: «Es una necesidad extremas para el ser humano adulto el ser amado y aprobado por prácticamente cada persona significativa de la sociedad».

Es necesario contemplar el aspecto racional al que está asociada esta idea: la necesidad de aprobación y de amor. Pero, para mi gusto, se queda limitado el análisis si no añadimos otros componentes, como por ejemplo, las necesidades de existir y de confirmación, entre otras.

Me parece una enorme aportación la que hace al sugerir un esquema de análisis basado en el desentrañamiento, uno a uno de los componentes que forman cada idea.

El principio del que parte es similar al que yo suelo llamar «desenredar la madeja», es decir, utilizar una idea, creencia, sentimiento, hecho, etc. como si fuera el extremo de un hilo e ir tirando de él hasta que éste nos vaya adentrando en el origen que tiene y descubramos el sentido que éste hecho tiene para cada uno.

El ser humano es más que emociones y racionalidad. Además forma parte de un grupo (familia) que arrastra una historia que se remonta a varias generaciones.

Muchas de las creencias que tenemos son heredadas, la mayoría nacieron fruto de unas circunstancia y unos hechos que, al saber cuáles han sido, les confieren sentido. Lo interesante es averiguarlo, ya que, en la mayoría de los casos, se desconoce de dónde provienen y porqué se acuñaron.

Lo más seguro es fueran el producto de una estrategia de supervivencia en un momento dado.

Lo que intento transmitir es que las creencias no nacieron fruto de la casualidad ni por generación espontánea. Surgieron por una necesidad real y vital, que de no ser así, carecerían de sentido.

Lo que le permite a un sujeto recuperar su salud mental suele ser la comprensión de que lo que hace, piensa, o, siente, no es un sinsentido.

Todos poseemos unas creencias en las que se sustenta nuestra identidad. Quizás el trabajo consiste en ir desvelando el origen que tienen.

Desde mi óptica, solo es a través de la comprensión que se llega a modificar un funcionamiento equis. Mientras no se comprenda la función que tiene no se podrá alcanzar la libertad que permite al sujeto decidir qué quiere hacer con él. 

Puede ser que decida modificarlo o no, puede desecharlo y crear uno nuevo… las posibilidades son tan variadas como lo son los seres humanos.

Cuando nos observamos haciendo una afirmación de forma categórica que no admite ningún tipo de discusión o de cuestionamiento, deberíamos pensar que la reacción exagerada que estamos teniendo es un indicativo de que quizás nos hemos topado con algo importante.

Puede ser algo de la historia familiar, o de la historia personal.

Y si esa afirmación no admite ningún cuestionamiento, seguramente se trate de algo muy gordo a lo que vale la pena darle una segunda mirada.

A lo mejor nos sorprendan los resultados de nuestras pesquisas. a lo mejor nos demos cuenta de que no tiene nada que ver con nosotros, o, por el contrario, quizás encontremos el sentido a aquello que hacemos sin saber muy bien porqué.

Lo que yo he observado, es que muchas de estas ideas surgen en entornos familiares rígidos en donde la exigencia es tan exagerada que ningún ser humano puede cumplir jamás con esas expectativas.

Lo que, por lo general, lleva grandes dosis de culpabilidad y de sufrimiento, aparte de una necesidad exagerada de control.

Entre mayor sea la auto-exigencia, mayor es el miedo a no cumplir con lo que se espera de uno.

Lo que encuentro muy útil del concepto de las ideas irracionales es que cuando se pasa de la expresión de un deseo, usando un «me gustaría» a un «tengo que» o, «debería», o, «estoy obligado a», probablemente exista una creencia irracional perturbadora.

Me parece que si cada uno de nosotros se toma la molestia y el tiempo de observarse, por ejemplo, simplemente escuchándose hablar, encontrará muchas claves que le llevarán a descubrirse y a conocerse.

Si encontramos que nuestro discurso está más lleno de «deberías», o «tengo que», con toda seguridad existe un nivel de exigencia muy alto hacia uno mismo o hacia los demás.

Una alternativa que funciona muy bien en los casos de personas que han sido muy exigidas en su infancia y que luego han incorporado una auto-exigencia a su vida, colocándose el listón muy alto, es modificar cada «debería» por un «me gustaría».

Es sorprendente los resultados que se obtienen con este simple ejercicio.

Invito a todos los que leen estos artículos a que se permitan emprender ese camino que les llevará a saber quienes son y a convertirse poco a poco en seres cada vez más humanos.

Finalmente lo único que nos llevaremos a la tumba, serán los momentos que hemos compartido con otros.

En mi próximo artículo hablaré sobre la manera de afrontar el sufrimiento.

(Imagen: http://www.myutopysleep.com)

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