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La desinformación y el poder

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Por Clara Olivares

En toda relación interpersonal el poder es un elemento implícito en la misma.

En otras palabras, no existe un vínculo entre dos personas, o, entre un estado y su población, o, entre dos o más países, sin que el poder esté presente.

No es posible una relación en la que no aparezca el poder. En sí mismo no es ni bueno ni malo.

Los problemas surgen cuando quien ostenta el poder se sirve de la desinformación para manipular.

No existirá ningún problema entre las partes implicadas si el poder cambia de manos, es decir, se turna. Unas veces lo tiene una parte, y otras veces, la otra.

Por ejemplo: una de las personas es muy buena ejecutando tareas mientras que la otra es una excelente organizadora. ¿Cómo se equilibra la balanza de poder?

Pues cuando se trate de organizar, se encargará de ello la primera persona, y para llevar a cabo la ejecución de esas tareas, será la segunda quien se ocupe. Así, se establece un equilibrio.

Pero en esta alternancia entran en juego otros aspectos vitales para la supervivencia del vínculo.

Estamos hablando del reconocimiento: de una habilidad en éste caso, o, de una cualidad, o, de una aptitud, etc.

Lo que es indispensable es que, ambas partes le hagan saber a la otra que es válid@ para algo, porque de ello depende que las dos se sientan con derecho a existir tal y como son.

Si no se construye un espacio en el que el otro sepa que se le necesita, que es valorad@, que se le tiene en cuenta, esta relación está abocada al fracaso.

El reconocimiento constituye una de las fuentes de alimentación de ese vínculo. Si no se le alimenta, más tarde o más temprano, éste morirá de inanición.

Y volviendo al tema del poder, ¿qué pasaría si solo lo ejerce una parte? ¿Si es siempre la misma persona la que ejecuta, organiza, piensa, etc.?

O bien nos encontramos ante alguien con pocas habilidades o se trata de una persona que necesita de manera enfermiza mantener el poder en sus manos. A este tipo de gente se le suele llamar pervers@, o, si su grado de consciencia es un poco mayor, perves@n.

Ya lo he dicho en otras ocasiones: utilizar una estrategia de tipo perverso no nos convierte en perversos (felizmente!).

El punto que diferencia un funcionamiento perverso de uno que no lo es, radica en que la persona perversa lo realiza con plena consciencia de lo que hace y lo repite una y otra vez.

Quien no es así, primero no es consiente de su actuación y, una vez que se lo señalan, deja de repetirla. Además suele excusarse ante la persona afectada.

Desafortunadamente, existen personas que no soportan dejar de controlar todo y a todos. Necesitan retener el poder en sus manos.

En estos casos estamos delante de un funcionamiento de tipo perverso.

Puede tratarse de personas, o, de gobiernos, o, de empresas, o, de sociedades.

¿Y cómo hacen para que el poder siempre esté en sus manos? Desinformando.

Desinformar significa no dar TODA la información. Siempre se reservan un poco, de manera que SERÁN ELL@S quienes mantengan el poder.

En otras palabras: siempre tendrán al otro (cuando se trata de personas) o a la población entera a su merced.

Entonces estamos hablando de un PODER con mayúsculas.

Me es indiferente que se trate de gobiernos, empresas, familias o parejas.

Si el contexto permite que se ejerza la desinformación, seguramente habrá desaprensiv@s que aprovechen la ocasión.

En el caso de los gobiernos, por regla general, necesitan que el poder esté siempre en sus manos. ¿Qué hacen? desinforman.

¿Cómo? Manipulando los medios de comunicación.

La expresión «la información es poder», no es inocente.

Antiguamente los poderosos retenían información o la publicaban parcialmente. Hoy en día se valen de la «inundación o avalancha» de datos para alcanzar el mismo objetivo.

Se peca tanto por exceso como por defecto, me repetían cuando era niña.

Esta clase de maniobra se ha venido utilizando desde que el mundo es mundo. Y si ha sobrevivido quiere decir que funciona.

La desinformación es una herramienta de poder que puede ser utilizada por un gobierno, un padre o una madre, un amig@, un herman@

Lo importante es que la totalidad de los datos sólo la tenga una de las partes. De ésa manera utilizo al otro para que haga lo que yo quiero.

En mi niñez escuché en más de una ocasión la expresión «sofisma de distracción». Ahora comprendo en qué consiste.

Creo que aquello que es más simple suele ser lo más efectivo.

Quien manipula a otro se encarga de arrojar un rumor que no tiene una base de veracidad que lo sustente.

Y simplemente, espera. Ese rumor crecerá, engordará, se agrandará y cuando esté maduro, quien lo lanzó actuará manipulando, es decir, llevando a las personas a que piensen, sientan y actúen tal y como él quería.

Maquiavélico, ¿no os parece?

En mi próximo artículo hablaré sobre las secuelas que deja la banalización.

(Imagen: http://www.gamzuletura.wordpress.com)

 

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¿Cuál es mi vara de medir personal?

www.lautopiaesposible.blogspot.com.06.35

Por Clara Olivares

En más de una ocasión en nuestra vida nos hemos visto sacando nuestra propia vara de medir para evaluar a una persona o a una situación determinada.

Por lo general, no somos conscientes de que lo hacemos, pero el resultado siempre suele ser el mismo: clasificamos mediante un juicio.

El juicio que emitimos puede variar, es decir, ¿somos de los que utilizamos una medida para juzgarnos y otra bien distinta para los otros? ¿Quizás somos más indulgentes con nuestros pecados y más exigentes con el que está enfrente?

O, todo lo contrario: nos juzgamos de forma implacable a nosotros mismos, y somos laxos con lo que hacen los demás.

Como digo una y otra vez, solemos repetir de forma inconsciente aquello que aprendimos.

Puede que provengamos de un pasado en el que se nos exigía ser perfectos (de forma explícita o implícita) y crecimos albergando el miedo inconsciente de que «jamás íbamos a dar la talla».

Y fruto de ese miedo, generalmente, nace una auto-exigencia descomunal, incluso una que raya en la inhumanidad.

Y yo digo, ¿ser tan duros con nosotros mismos no nos despierta un poquito de compasión?

Ay! La exigencia… ésta siempre suele albergar dos caras: una, la que puede ser implacable y que no admite la compasión y la otra, aquella que mide con un rasero a los otros y con otro a mí mismo o, a ciertas personas.

En el caso de la compasión, ésta es extensible a otr@ como a mí mism@.

Entre mayor sea el miedo que albergamos, más rígidos o más exigentes nos ponemos.

Llegando incluso a tener actuaciones absurdas, o, a ver cosas donde no las hay. Como, pensar que un gesto cualquiera puede significar que ese otro está enamorad@ de mí por ejemplo, o, todo lo contario, que me odia.

En la mayoría de los casos, suele existir una ceguera ante la vara de medir que se usa consigo mismo respecto a la que se utiliza con otro.

El caso típico es aquel en el que unos padres enamorados de su hij@, son incapaces de apreciar que algunas de las cosas que ese chiquill@ hace son actos de la más pura mala educación.

Ven como «adorable» aquello que el mundo exterior califica de «insoportable».

Sería interesante hacer un ejercicio: ¿cómo he operado yo respecto a la vara de medir que aplico?

¿Utilizo la misma conmigo y con los demás?

Existen casos en los que, pasado el tiempo, continuamos descalificando a otra persona, aunque el suceso que desencadenara el juicio que emití haya sucedido hace mucho tiempo.

¿Qué nos está sucediendo, que hace que para nosotros no corra el tiempo?

Es como si nos hubiéramos quedado anclados en un pasado permanente.

Y si lo analizamos hoy, nos podríamos plantear las siguientes preguntas: ¿fué realmente tan despreciable o tan grave ese acto?, ¿Cuáles eran las circunstancias de esa persona para que actuara así?. Desde ese momento a la actualidad, ¿ha cambiado esa persona?

Por lo general, en el caso de ser implacables, solemos serlo tanto con uno mismo como con el otro.

¿Qué estoy deseando demostrar por todos los medios? y ¿a quién?

Resulta útil observar los indicativos que arrojan las actuaciones puntuales en nuestra vida.

Es el caso de algunos padres y madres que piensan y creen que si le ponen algún tipo de límite a su hij@, van a dejar de ser «enrollados» a los ojos de ellos.

Y nada más lejos de la realidad. Un niñ@ necesita que el adulto le marque un límite, sino, crecerá perdido e inseguro.

Recuerdo lo que decía una madre que tenía una hija pre-adolescente: «dentro de poco va a comenzar a odiarme sin ninguna razón. Pues yo ahora le voy a dar un motivo real para que me odie».

Bueno, tampoco hay que pasarse… como reza el dicho popular: «ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no le alumbre».

Lo cierto es que, independientemente de la edad que tengamos, somos sensibles al juicio favorable o desfavorable que el mundo exterior tenga de nosotros.

Existen parcelas en las que este juicio juega un papel decisivo y otras en la que este juicio es más relativo.

Imagino que la importancia que le demos, dependerá de los aspectos que se pongan en juego en cada circunstancia.

No será la misma si de ese juicio depende o no nuestra supervivencia. Y no me refiero exclusivamente a la supervivencia física, la psíquica es igual o más importante.

Lo que si puedo afirmar, es que, en la medida en que vamos madurando, el juicio que otro pueda llegar a emitir sobre nosotros, deja de ser tan  trascendental y se va convirtiendo poco a poco en algo más relativo.

 En mi próximo artículo hablaré sobre la des-información y el poder.

(Imagen: http://www.lautopiaesposible.blogspot.com)

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El antídoto contra el miedo: la creatividad

Dos cabezas

Por Clara Olivares

Este artículo nació después de leer una noticia en la prensa.

Ésta hablaba de la decisión que había tomado la directora de Yahoo de limitar el tele-trabajo, es decir, la modalidad que permitía al trabajador realizar su tarea en su propia casa y comunicase con la empresa de forma virtual.

Después de dar a luz y mantenerse físicamente alejada de la empresa, esta mujer comprueba que la creatividad se potencia con el contacto entre la gente. Dice que las «ideas nacen en los pasillos».

Lo que le ha llevado a implantar otra vez el modelo tradicional de trabajo: ir a la oficina dentro de un horario y luego volver a casa.

Esta noticia despertó mi curiosidad y me llevó a desplegar las antenas para captar mejor lo que está sucediendo en el mundo exterior.

Me he quedado horrorizada con lo que percibí: una parálisis generalizada a todos los niveles: intelectual, emocional e incluso físico.

Pensé que se podía tratar de una impresión exclusivamente mía, pero después de comentarlo con varias personas de mi entorno, constaté que éstas tenían la misma percepción. Notaban esta parálisis en las tripas.

Lo que me sorprendió es que todos sintieran que algo estaba pasando, se respiraba en el ambiente. Si todos percibimos lo mismo es que algo está sucediendo.

Y gracias al intercambio con todos ellos, he podido hacer una fotografía de la realidad y plasmarla en palabras.

Parece que la historia se vuelve a repetir una vez más: la situación actual la ha provocado el poder económico, probablemente apoyado y validado por el poder político.

¿Y qué es lo que busca el poder? Dominar, evidentemente.

La historia está plagada de períodos similares, no es algo nuevo. Ya ha sucedido antes. No creo que se trate de aprender de ella para no repetirla. Parece que a los humanos nos es muy difícil aprender en pellejo ajeno, como dicen en mi tierra.

Y ¿De qué estrategias se han valido?

Primero le han mostrado a la gente un espejismo de abundancia y de bienestar, haciéndoles creer que el período de bonanza era eterno. Te llamaban de los bancos ofreciéndote dinero, te tentaban con gastar y gastar, ya fuera en comidas, lujo o ropa, te decían que para qué te contentabas con una sola vivienda cuando podías tener dos o tres, etc., etc., etc.

Con tanto gasto, la gente se ha ido endeudando y empobrecido poco a poco, menos los poderosos que son cada vez más ricos.

Y como suele pasar, el espejismo deja de aparecer en el horizonte y emerge la cruda realidad:  tal bonanza era pasajera, tenía fecha de caducidad..

El globo se ha pinchado y se ha roto.

Mientras tanto los poderosos han hinchado sus bolsillos a costa del resto de la gente. Éstas no se han dado cuenta de que les han convertido en zombies, es decir, en seres que aparentemente están vivos pero que en su interior están muertos.

Aunque alcen su voz para protestar, jamás serán escuchados. Y entonces, enferman.

Esta situación me recuerda a la sociedad que retrataron Aldous Huxley, Boris Vian, Mijail Bulgákov, Kafka, y tantos otros.

Y cuando se llega a este punto, ¿qué hacer?

Me parece que es como si se enfrentaran dos fuerzas: una ascendente y otra descendente.

La segunda te chupa, te come y tira de tí para engullirte. Basta con pararse a escuchar el discurso que se mueve a nuestro alrededor: es derrotista, pesimista y abnegado.

Y lo más grave: aísla. Pareciera que como todos repiten lo mismo, es un fenómeno colectivo. Pero desafortunadamente, no es así.

Hablar de lo mismo no significa solidaridad, pertenencia o apoyo. Más bien es una actitud que lleva al aislamiento.

La otra fuerza, la que asciende, será la única que evite caer en el abismo.

Es cierto que supone un gasto de energía, y puede que, en ocasiones, resulte agotador.

Pero una vez que consigues llegar a ese punto en el que la atracción del agujero negro se neutraliza, la energía que te llena es tal que te permitirá subir por la antena que te conducirá a conectar con otros y gracias a su influjo podrás reinventarte.

Y es aquí cuando la creatividad entra en juego con toda su fuerza. El intercambio con otros fomenta la inventiva.

La inteligencia es una acto colectivo. Y nunca había estado tan de acuerdo con esta afirmación.

¿Cómo conjurar el miedo que lleva a la parálisis? Siendo creativo.

Y ¿cómo consigo serlo? Intercambiando con otras personas, saberes, experiencias, vivencias, conocimientos, la lista es enorme.

Deseo dar las Gracias a todas las personas que han contribuido a que este escrito se plasme.

La semana que viene hablaré sobre la vara de medir que usamos para evaluar al otro.

(Imagen: Sandra Gamarra)

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¿Cómo encaramos las vicisitudes de la vida?

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Por Clara Olivares

La vida no da tregua.

Suele estar plagada de contratiempos, cambios, sorpresas, unas agradables y otras desagradables, alegrías, tristezas, pérdidas, ganancias, etcétera.

No os cuento nada que ya no sepáis.

Pero, ¿cómo las encaramos? ¿de qué forma las percibimos? ¿cómo las vivimos?

En otras palabras, ¿cuál es el lugar en que me coloco cuándo éstas aparecen en el horizonte?

No siempre somos conscientes de nuestra actuación. De ahí que resulte muy importante, tanto para la propia persona como para las que conviven con ella, que ésta comience a observar y a darse cuenta de sus propias actuaciones.

Si no es así, lo más probable es que continúe siendo presa de sus hábitos, y, algunos de éstos a veces se convierten en un obstáculo más que en una ayuda para el propio sujeto.

Y no de forma exclusiva para la persona en cuestión, también para quienes están a su lado. Las limitaciones y dificultades que tiene afectan siempre la relación con el otro.

Puede que éstas incidan levemente, lo que no causará conflictos en la relación.

Pero cuando se convierten en algo que afecta el vínculo, me parece que es muy necesario que se haga algo por parte de quien origina la causa del problema, así como por parte de la otra persona, aunque ésta última ocupe un lugar secundario en el asunto.

Como he venido repitiendo en todos los artículos que he escrito, son múltiples los factores que se ponen en juego. Los que me parecen más relevantes a la hora de efectuar un análisis son: la historia familiar y la personal.

Sería interesante que nos planteáramos estas preguntas: ¿qué papel es el que he desempeñado en mi familia? ¿Cuál ha sido la constante en mi vida? ¿Quiénes desencadenan en mi ese funcionamiento?

He asumido el rol de: ¿el/la salvador@?, o, ¿el de víctima?, o, ¿el de sacrificad@?…

A todos nos han asignado un personaje, lo trágico del asunto, es que irrumpimos en una obra de teatro que ya había comenzado.

Puede que estemos de acuerdo, o no, con el personaje que nos dieron.

Si lo aceptamos, lo llevamos a cabo con esmero. Pero si no es así, nos rebelamos.

Quizás fuimos personas conflictivas, o, una que cuestionaba cualquier decisión u opinión, o, la que se oponía sistemáticamente… el abanico es tan amplio como lo son los seres humanos.

Solemos repetir de forma inconsciente aquello que aprendimos. Esta forma de funcionar se recrea una y otra vez en nuestras relaciones de adult@: en el trabajo, con los amig@s, con la pareja…

Volviendo a la auto-observación: ¿qué actitud suelo tomar?

Existen muchas y muy variadas, pero sólo voy a abordar las que aparecen con más frecuencia.

La víctima: es una de las actitudes que suele generar más rabia en los otros.

  • La frase que define esta modalidad es toda aquella que encierra el mensaje de: «pobrecit@ yo».
  • Como por ejemplo: «qué injusta es la vida conmigo, que injust@ eres tú, con todo lo que siempre he hecho por ti, ¿así me pagas?, siempre me estás criticando, etc.
  • Genera rabia ya que la persona está haciendo un chantaje afectivo. Se coloca en el lugar del «mundo y todos están en mi contra, con lo intachable y buen@ que soy».
  • Suele ser una maniobra para hacer sentir culpable al otro de forma que el que tiene el «problema» jamás es él o ella.
  • Y ésta no es una práctica reservada en exclusividad al género femenino. También hay hombres que interpretan este papel con maestría.

El salvador@: por todos los medios de que dispone, es su obligación salvar a cualquiera que esté en dificultades.

  • Jamás tienen en cuenta lo que la persona afectada necesita, o, desea, o, quiere. Ell@s determinan qué es lo que (de acuerdo a su percepción) alguien en esa situación precisaría, y, sin más lo llevan a cabo.
  • De nada sirve que el sujeto afectado les haga saber que NO es eso lo que precisa, es otra cosa, o, simplemente no necesita nada.
  • Pero estos ruegos suelen caer en saco roto.
  • No escuchan, pero no porque sean malas personas, ni mucho menos. Me parece que es tan grande su necesidad de sentir que salvan que son incapaces de VER al otro.
  • En algunas ocasiones se sienten realmente impotentes al ver que «no son útiles» y este sentimiento es tan poderoso que suele enmascarar cualquier otro.

El que niega: la frase «aquí no pasa nada», creo que resume esta actitud.

  • Cuando hablo de negación me refiero a la percepción que se tiene de que no está sucediendo nada.
  • Y como nada pasa, ¿para qué tanto revuelo?
  • Lo increíble de esta postura es que, aunque se le pongan enfrente las evidencias, su actitud no cambia. No las ven.
  • Funcionan como las avestruces: meten la cabeza en un hoyo.
  • Desde su óptica (el hoyo) no hay nada de qué preocuparse.

El/la héroe/ína: es la persona que asume que «ella/él puede con todo».

  • Como siempre hemos visto, esta creencia tiene puntos a favor y puntos en contra para quien la asume.
  • A favor: sabe desenvolverse con bastante solvencia cuando se trata de resolver problemas. Enfrentan la vida y sus dificultades diréctamente.
  • Suelen ser personas bastante resolutivas e independientes.
  • En contra: no es verdad que alguien pueda con todo. Nadie es Atlas, sólo en la mitología Griega, las evidencias de la vida son bien diferentes.
  • Cuando estas personas se estrellan con la realidad, suelen salir dañadas (física o emocionalmente).
  • Quizás lo más perjudicial que tiene para ellas, es que piensan que NO necesitan de nadie. ¿Para qué, sin son omnipotentes?

Independientemente de la modalidad que hayamos escogido o heredado, subyace la problemática que causa esta dificultad: la incapacidad para asumir la propia responsabilidad en una situación.

O en la vida.

Y cuando digo «responsabilidad» me estoy refiriendo a una que comprende exclusivamente la PROPIA, no la ajena.

Hay que ser muy cuidadosos a la hora de diferenciar una de otra. O bien nos pasamos (asumimos la propia, la del otro, la de la humanidad…) o, nos quedamos cortos (no asumo NADA).

Creo que en más de una ocasión, todos hemos padecido a alguien con alguna de estas características.

Dándonos cuenta de ello, quizás comencemos a comprender lo que cualquiera de estas actitudes genera. Sabemos de lo que estamos hablando.

Es importante que despertemos las alarmas para comenzar a percibir cual es nuestra propia actitud.

¿Cómo? Observando cómo reaccionan las personas que están a nuestro lado para luego preguntarnos: ¿esa reacción guarda alguna relación conmigo, o, con lo que hago?

En mi próximo artículo hablaré sobre cómo el hecho de interactuar con otros potencia nuestra creatividad.

(imagen: http://www.recursosdeautoayuda.com)

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¿Qué es la realidad?

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Por Clara Olivares

La semana pasada tuve una conversación muy interesante con una buena amiga sobre este tema.

De hecho, todo lo que hablamos me inspiró escribir este artículo.

Ella es una artista plástica, que no cesa de buscar y de indagar en su campo.

Nuestra conversación giró en torno a la pregunta de ¿qué es lo que conforma la realidad? ¿Existe? y si es así, ¿quién la determina?

Lo que me pareció extremadamente interesante de la comunicación con ella, fue que cada una contemplaba la realidad desde dos ángulos diferentes: una desde la pintura y la otra desde las relaciones interpersonales.

Uso el término «comunicación» ya que fue gracias al intercambio de los dos puntos de vista que cada una aportaba, que fue surgiendo y se fue construyendo una nueva realidad.

Para mí fue un acto de comunicación y de creación en estado puro.

Lo curioso del asunto es que llegamos a la misma conclusión: la realidad es una construcción que solemos hacer en solitario.

No existe UNA sola y única realidad, aquella que cada persona percibe la componen un sinnúmero de factores.

En la mayoría de las ocasiones ni siquiera somos conscientes de ellos. Pareciera que aquello que denominamos «realidad» fuera la verdad.

Y estimo que, esta afirmación esta muy lejos de ser cierta.

Encuentro que el hecho de viajar y conocer otras culturas, nos enriquece enormemente. Simplemente el hecho de saber que existen otras «realidades» nos abre los ojos para comprender que «mi» realidad no es la única.

Porque ¿de qué estamos hablando?

¿De uno solo de los aspectos del caleidoscopio con el que percibimos el mundo?

Si así fuera, a lo mejor nos estamos quedando cortos. Nos falta una buena parte de la información.

Como anoto más arriba, son múltiples los aspectos que se ponen en juego a la hora de sacar conclusiones.

Elementos como: la educación que hemos recibido, nuestro entorno social, el tipo de familia del que procedemos, nuestra situación laboral y personal, nuestro estado civil, nuestra profesión, etcétera, etcétera, etcétera, son algunos de los puntos de vista que sería bueno tener en cuenta.

Como reza el dicho popular: «cada uno habla de la feria según como le fue en ella».

Los dichos encierran siempre una enorme sabiduría.

Cabría preguntarse: ¿Qué es lo que me hace afirmar que tal o cual corriente de pensamiento, o pictórica, o política, etc. es la correcta?

Me atrevería a decir que depende color del cristal con el que se esté mirando.

Muchas de las «verdades» en que se apoya aquello que conforma la llamada realidad, están legitimadas por alguien que representa el poder (presidentes, banqueros, empresarios, colectivos, padres, madres, herman@s, etc.) , y, este hecho hace que éstas se tomen como ciertas.

Entonces, ¿quién decide qué es la realidad?

Cada uno de nosotros, sin duda.

Entre mayor sea el número de aspectos que tengamos en cuenta a la hora de sacar nuestra conclusión, ésta será más rica.

Si contemplamos exclusivamente un sólo aspecto, la visión que tengamos será muy limitada.

Este fenómeno se suele observar en la visión de ciertas personas y de algunos grupos radicales. No es posible establecer un diálogo con ellos, ya que contemplan la realidad desde un solo lugar.

Si somos capaces de colocarnos en ese sitio, nos sorprenderá comprobar que lo que afirman no está exento de razón, ya que mirado desde ese ángulo, la verdad que aparece es la misma que pregonan.

Uno de los grandes aprendizajes que me permitió hacer la mediación, fue el de aprender a contemplar la realidad desde los puntos de observación de cada una de las personas implicadas en un conflicto.

La visión que tenemos de lo que llamamos realidad, cambia y se modifica a lo largo de la vida.

Cuando somos jóvenes, es habitual que seamos muy radicales y contemplemos el mundo desde una sola óptica. Esto nos suele convertir en personas muy integristas.

Pero felizmente, esta enfermedad se cura con la edad.

Entre más joven se es, menos puntos de vista se suelen contemplar. A medida que nos vamos haciendo mayores, nuestra perspectiva de la vida se va ampliando. Las cosas dejan de ser en blanco o negro para convertirse en una enorme gama de grises.

Las pasiones se van transformando, nos apaciguamos y dejamos de ser tan vehementes.

Dependiendo de la mirada que tengamos al contemplar el mundo, así será la realidad que emerja.

Si pensamos y creemos que todas las personas son retorcidas, interesadas y falsas, de esa misma forma percibiremos a la gente que nos rodea.

Solemos proyectar en el otro nuestros deseos y/o nuestras carencias, consciente o inconscientemente. Muchas veces «necesitamos» que ese otro (o el mundo) sea como yo desearía que fuera, y soy incapaz de verle como es en realidad.

Este mismo principio se aplica en función de la percepción que tenemos del mundo exterior (la sociedad y/o el otro). Si lo vivimos como una amenaza, o, como un aliad@, o, como un enemig@, estos se convertirán a su vez en una amenaza, en un aliad@, o en un enemig@.

Solemos recrear nuestra propia historia en la relación con el otro. Por lo general se hace inconscientemente: repetimos los mismos patrones de conducta que, o bien, ejercieron con nosotros, o bien, aquellos que nuestra familia utilizaba en su relación con el exterior.

Sería interesante hacer una recapitulación de nuestras relaciones para observar qué es lo que estamos repitiendo.

En mi próximo artículo hablaré sobre la forma particular que tenemos de encarar las vicisitudes de la vida.

(Imagen: http://www.depoemasycorazones.blogspot.com)

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Control: ¿necesidad? o ¿espejismo?

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Por Clara Olivares

Los temas que voy tratando en el blog suelen estar relacionados entre sí, siento como si cada uno de ellos estuviera encadenado al siguiente.

A raíz de los temas que he tratado sobre el miedo, ha surgido este que me parece, forma parte de nuestra naturaleza.

Se trata de la profunda e, incluso, omnipresente necesidad que tenemos todos los seres humanos de controlar.

Lo que sea: los pensamientos, los sentimientos (y no sólo los míos, los de los demás también), mis obligaciones, etc. Dos aspectos relativos al tema, son los que más me atraen. Uno es la necesidad que tenemos de controlar al otro y, dos, la manipulación que esta artimaña engendra.

Pienso que el control es una mezcla de necesidad y a la vez es un espejismo.

Me explico.

No creo que exista una persona (normal y corriente) que no necesite sentir que controla algo.

Me parece que es una necesidad muy humana, pero hasta cierto punto.

Es decir, existen parcelas en las que puedo (y es necesario que así sea) tener un control, por ejemplo, sobre las decisiones que tomo, sobre cómo es mi aspecto físico, sobre las ideas que tengo sobre determinados asuntos, sobre las amistades que elijo, etc.

Es imprescindible que siempre esté presente una noción de libertad cuando tomo una decisión. La imposición no suele dar buenos resultados.

Y lo que es más importante aún, si mi decisión depende de un tercero, más  libertad debe ofrecer éste último.

Cuando se trata de una relación entre adultos, es evidente esta opción.

En el caso de la educación de un hijo pequeño que aún está en vías de formación, esta alternativa cobra aún más relevancia.

Es importantísimo que siempre se ofrezca la posibilidad de escoger entre una o varias opciones, de manera que sea el niño, en este caso, quién escoja la alternativa que más le conviene, o más le atrae.

Evidentemente, es el adulto el que ofrece las alternativas. Pero es el niño quien toma sus decisiones.

Sobre este punto es importante señalar la diferencia entre libertad y mal crianza.

No se trata de que el niño haga su santísima voluntad, lo intentará, desde luego, pero para eso está el adulto encargado de ponerle límites.

Y la educación se traduciría como «la dotación de las herramientas que un niño necesita para desempeñarse en el mundo exterior».

Esta labor le corresponde al adulto, o adultos que tengan a su cargo esta función.

La educación comienza desde que la criatura es un bebé hasta que sale al mundo y tiene que valerse por sí solo.

Aunque la experiencia me ha demostrado que ese proceso jamás termina.

Ser un adulto no garantiza que se esté educado. En otras palabras, que éste sea capaz de vivir en sociedad sin dañar o sin fastidiar a los que le rodean.

Me da la impresión de que el discurso social de «todo vale» que estuvo tan de moda en la década de los noventa, en especial, ha dejado su impronta.

Algunas de aquellas personas que en esa época eran niñ@s, ahora se han convertido en seres incapaces de contemplar el mundo como un lugar habitado por otros humanos. Es decir, creen que ellos son los amos del universo en el que la única ley que impera es la que ellos imponen.

Y es triste contemplar que, en realidad, no se enteran de que existen otros con los que hay que convivir de la manera más amable posible. Ese aprendizaje no lo tuvieron, nadie les enseñó.

Dejando a un lado este fenómeno puntual, cierto es que cuando un individuo no ha resuelto aún su problemática (y creedme, todos poseemos una), es decir, cuando no se han solucionado las dificultades que limitan a alguien para crecer y madurar, su necesidad de controlar se agudiza.

Algunas de estas personas hiper-desarrollan una estrategia, que todos hemos utilizado en algún momento de nuestra vida, llamada manipulación.

Es odiosa, muy odiosa. En especial cuando nos damos cuenta de que hemos sido víctimas de ella.

Y ese descubrimiento despierta en nosotras una furia

Cuando alguien no puede obtener todo lo que quiere, o cuando aparece otro que le pone un límite, éste suele utilizar la manipulación para salirse con la suya.

Curiosamente, este método es el «modus operandi» típico del funcionamiento mafioso. Y cuando me refiero a él, no estoy haciendo alusión a un grupo determinado que ejerce el control por la fuerza, también se utiliza como método de coacción a un compañero de trabajo, a un amigo, a la pareja, etc.

En Mayo del año pasado dediqué un artículo entero a hablar sobre este tema.

De lo que se trata es de controlar al otro para impedirle que no me deje hacer lo que yo quiero.

El chantaje es la piedra angular de este método.

Puede tratarse de hacer público un trapo sucio de otro que utilizo como baza para que éste haga lo que quiero, o, amenazo con retirarle mi cariño, o, con desprestigiarle ante el grupo o ante los hijos, o, que sea exclusivamente a través de mi persona que pueda acceder a información, un puesto de trabajo, a una relación importante, etcétera, etcétera, etcétera.

Cuando me sorprendo a mí mism@ utilizando este método de control, sería interesante que comenzara a desmenuzar el contenido del argumento que utilizo para obligar al otro a hacer lo que deseo.

En otras palabras, identificar es qué mío y qué es de otra persona. Quién en nuestro entorno operaba de forma similar a la que yo estoy utilizando ahora.

Heredamos modos de funcionamiento de otros de la misma forma que nos parecemos al tío equis, o, tenemos los mismos ojos de… Aprendimos a funcionar de manera similar y lo repetimos de forma inconsciente.

Suele ser de alguien que jugó un papel importante en nuestro pasado: un padre, una madre, un@ tí@, un@s herman@s, un@s amigo@s, etc.

El camino para detener esa herencia comienza por identificar la fuente de mi aprendizaje, comprenderla y no repetir de forma consciente la misma actuación.

La familia suele influir sobre nosotros sutilmente, de una manera tan poderosa, que a veces escapa de nuestro control.

Por eso recomiendo comprender de dónde viene ese aprendizaje.

Porque entre más miedo se tenga, la necesidad de control es mayor.

Quizás el descubrimiento más importante y más liberador que podremos hacer es el de constatar que el control total es un espejismo.

No podemos controlar lo que es incontrolable: a otro, a la vida, a la naturaleza.

(Imagen:www.misterapiasdelalma.blogspot.com)

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¿Cómo se construyen las relaciones?

 

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Por Clara Olivares

Este artículo me lo ha inspirado el comentario que dejó un lector del blog a quién le estoy muy agradecida. Sus palabras me han hecho reflexionar y analizar los puntos que planteaba.

Dado que los seres humanos somos por naturaleza gregarios y que ésto nos hace vivir en sociedad, es interesante echarle un vistazo a la forma en que se construyen las relaciones con otros.

El primer impulso que nos hace acercarnos a otro individuo suele ser la necesidad.

Si observamos el funcionamiento social de los primates, éstos, al igual que nosotros, buscan la forma de llegar a pertenecer a un clan.

Da igual la vía que utilice para entrar en él, es importante ser incluido ya que éste le procura compañía, protección y amparo, además de una pertenencia.

Y cualquier ser humano necesita una pertenencia.

Dentro del grupo aprende varias cosas, como por ejemplo, las reglas de convivencia, aquello que está permitido y lo que no, a quien obedecer y a quién temer, etc.

Los seres humanos aprendemos las mismas cosas y casi de la misma forma.

Nuestro primer núcleo de aprendizaje lo conforma la familia. Luego, cuando comenzamos a socializarnos interactuando con el exterior, aprendemos en el colegio las normas que rigen al clan, en este caso, la sociedad a la que pertenecemos.

Por eso me parece que, partiendo de las necesidades personales y sociales, busquemos establecer lazos con el otro.

En función de cómo ha sido ese aprendizaje, así estableceremos las bases de nuestras relaciones interpersonales.

De nuestra percepción del mundo, la de nuestra familia y de la realidad de las personas que conforman nuestro núcleo social, surgirán los ideales que buscamos en otro.

Elegiremos nuestras parejas y amigos entre aquellas que obedezcan a ese ideal.

Unas veces coinciden y otras veces no.

En algunas ocasiones, de forma inconsciente, le atribuimos al otro cualidades que éste no posee.

Luego viene el batacazo cuando comprobamos que la realidad y las  expectativas que tengo son diferentes, o, incluso, opuestas a aquellas que buscamos.

Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Por qué razón elegimos a una persona que no obedece a lo que nosotros deseamos en el fondo de nuestro corazón?

Imagino que por una necesidad poderosa de que ést@ sea como yo desearía que fuera, no como es en realidad.

Cuando el entorno del que venimos no es muy acogedor, o, es hostil, desarrollamos una esperanza que crece agazapada de forma inconsciente, la cual se expresaría como un: «por favor, que las personas que he elegido no sean como en realidad las estoy percibiendo«.

Ésta lleva a la siguiente pregunta: ¿es este funcionamiento una constante en mi vida? y, si es así, ¿de dónde viene?

Para hallar la respuesta tendremos que retroceder en el tiempo buscando responder al interrogante: ¿dónde y cuándo lo aprendí?

Este camino se puede hacer en solitario, o, con la ayuda de un profesional.

El hilo conductor de esta búsqueda lo constituye el historial de nuestras relaciones.

Sería interesante observar si todas los tipos de relación obedecen a un mismo patrón, o, si las relaciones de amistad se conforman de forma diferente que las amorosas; o si buscamos recrear el mismo tipo de relación que tuvimos con un padre o con una madre, etc.

Lo que más me llamó la atención del comentario de mi lector, era que hablaba de la meta que se busca en las relaciones sociales.

Decía que, había observado que la meta que se perseguía generalmente era la de llegar a ser una persona independiente.

Me quedé perpleja al constatar que yo había crecido con ese mismo discurso.

Y me pregunto: ¿eso qué significa?, ¿es eso posible?, ¿de qué estamos hablando exactamente?

Ser independiente significaría «¿no necesitar a nadie?».

Claro, si consigo ese objetivo, contrarresto de forma tajante toda posibilidad de que me duela la ausencia de ese otro que tanto anhelo.

Quizás habría que establecer una diferencia entre «ser independiente» y «ser autónomo».

Independencia se traduce, creo yo, en un «yo puedo todo sol@».

«Puedo» ¿con qué?. Con la vida, con el amor, con la amistad…

Volviendo al punto de partida de este artículo, no creo que sea posible no necesitar a nadie.

TODOS necesitamos a otro.

Me parece que la palabra «dependencia» se confunde con «quedar a merced de».

Es como si se pensara que si le declaro a alguien que «le necesito» ya no podré jamás sustraerme a la dominación que ese otro tenga sobre mí.

Y, nada más lejano de la realidad.

La clave reside en tener clara la diferencia entre ser dependiente y ser autónomo.

Una cosa es establecer relaciones de dependencia, entendidas como la incapacidad de concebir la realización de una acción sin la ayuda y la presencia de otra persona. En otras palabras, sino hay un otro, yo sol@ no me puedo desempeñar.

Bien sea en el territorio social, profesional, personal, etc.

Y otra bien distinta es construir una relación teniendo siempre presente que necesito a otro, pero que no le preciso para vivir. 

En el primer caso, siempre estaré a merced de esa persona. En el segundo, iré encaminad@ a convertirme en alguien autónomo. Y una de las consecuencias que esta realidad acarrea, es que seré una persona independiente de verdad.

Muchas veces hemos adoptado la imagen de alguien falsamente independiente, es decir, de alguien que aparentemente no necesita de nadie.

Y lo que no nos damos cuenta es que desde ese lugar sí que estamos a merced de otro porque seremos terriblemente frágiles.

Es mentira que no necesitemos a otra persona. Sin ella no sabríamos jamás quienes somos.

Una cosa es la dependencia que lleva a fragilizar y otra bien distinta la dependencia que permite darnos cuenta de que siempre necesitaremos a otro.

La persona que posee más dependencias es la que es más libre.

En otras palabras, poco a poco se va perdiendo el miedo a creer que necesitar a otro significa depender de él para vivir.

Las relaciones sólo se construyen con el paso del tiempo. Es como si de una casa se tratara: hay que ir añadiendo ladrillo a ladrillo.

No se construye de un día para otro.

Os planteo dos preguntas: ¿qué tipo de casa deseo construir? y ¿es posible hacerlo con la persona que he escogido para ello?

(Imagen: http://www.omarortiz.wordpress.com)

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El miedo a la vulnerabilidad

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(Por Clara Olivares)

La definición de «vulnerable» que aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, es: que puede ser herido o recibir lesión, física o moral.

Más coloquialmente, estaríamos diciendo que si nos mostramos vulnerables, podríamos resultar heridos o salir dañados.

Y esta posibilidad genera mucho miedo, en algunos casos, pánico.

La parte física es la que más fácil nos resulta de identificar. Es previsible o cabe dentro de lo que es posible, que suframos una lesión si nos colocamos en situaciones de riesgo en las que podríamos resultar heridos, como por ejemplo, transitar a pie voluntariamente de noche por un callejón oscuro en una ciudad peligrosa, o, tirarse por el torrente de un río sin ninguna protección, etc.

Pero el terreno al que me interesa referirme es, precisamente, aquel que no se ve, aquel que es más difícil de identificar ya que no muestra señales externas evidentes.

Hablo del corazón, y por lo tanto de los sentimientos.

Mostrarse vulnerable en este campo equivaldría a descubrir ante el otro lo que se siente, es decir, exponerse. De esa forma, le dejo saber que soy susceptible de ser herid@, que si sufro un rechazo de su parte, éste va a resultar doloroso para mí.

Y nadie desea que esto le suceda.

Pero desafortunada, o, afortunadamente, nadie puede escapar al sufrimiento.

Estoy hablando de personas corrientes, no de los casos de l@s psicopaton@s. Éstos son incapaces de sentir, tanto las alegrías como las tristezas.

Para una gran mayoría de los mortales, existe la creencia extendida de que si no se muestran los sentimientos se será más fuerte y se estará protegido.

Y me pregunto: ¿más fuerte que quién? y ¿protegido de qué?

Obviamente más fuerte que el que «parece» más vulnerable. Y pongo la palabra entre comillas ya que parecer vulnerable no es sinónimo de que se sea. En el fondo las personas que comulgan con esta idea, desprecian, a la vez que envidian en su interior, al que muestra lo que siente.

Paradójicamente, si muestro mi propia vulnerabilidad, cierto es que me expongo a ser herido, pero al mismo tiempo, en esa vulnerabilidad se haya mi fortaleza.

Fortaleza que se alimenta del hecho de haber perdido el miedo a sufrir.

Es sorprendente comprobar todo lo que llegamos a inventarnos los seres humanos para evitar el sufrimiento.

Como si eso fuera posible!

En mayor o en menor medida, el hecho de estar vivos incluye una dosis de sufrimiento.

Bien sea por una pérdida, un accidente, una enfermedad, un desamor... siempre aparece una fuente de dolor en la existencia.

Ampararse en una concha de dureza para evitar ser vulnerable y sentir dolor es una mentira.

No existe nadie invulnerable.

Quizás lo que habría que preguntarse es ¿de dónde proviene ese miedo?

Y la respuesta, me atrevo a afirmar, es que el miedo se originó probablemente como consecuencia de una primera rotura del corazón en el pasado.

No me refiero a una causada por un desamor. Generalmente proviene de una herida más antigua, quizás un padre o una madre, o, un familiar, que, probablemente de manera inconsciente, nos rompió el corazón.

Es lógico que se cree un resorte automático llamado protección ante cualquier posibilidad de volver a vivir y a experimentar el daño que se sufrió en el pasado.

De ésta manera solemos blindarnos. Es habitual que se hiper-desarrolle la razón, ésta no produce dolor si la maltratan.

Pero si persistimos en seguir protegidos con este blindaje, corremos el peligro de perdernos la experiencia de amar y ser amados.

Puede sonar un poco cursi, pero, ¿tiene sentido vivir sin amar?

Yo creo que no.

Al final lo único que nos llevaremos a la tumba serán los momentos en que hemos compartido cualquier tipo de amor con otr@: llámese pareja, amig@, colega, herman@.

El camino para aislar el momento en nuestra vida en que nos rompieron el corazón por primera vez, nos llevará a sanar la herida.

No suele ser una camino corto ni agradable, pero tremendamente liberador.

Podremos comprender que ya no necesitamos seguir protegiéndonos.

Sí, en la vida sufriremos arañazos que nos dejarán heridos, pero en la medida en que podamos ir dejando la protección, iremos teniendo una piel más gruesa.

En otras palabras, exponiendo nuestro corazón seremos más vulnerables, sí, pero así mismo, nos haremos cada vez más fuertes.

Paradójico, ¿cierto?

Nuestra capacidad de recuperación nos sorprenderá, ya que, ésta será cada vez más rápida.

Siempre quien es más vulnerable, es la persona más fuerte.

Por esa razón ponía más arriba la palabra entre comillas. Aparentemente se es más frágil, pero no nos equivoquemos, esta fragilidad es sólo una apariencia.

En mi próximo artículo seguiré hablando sobre los miedos, ésta vez sobre el miedo a la muerte.

(Imagen: http://www.bixymasambiente.blogspot.com)

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Consecuencias que acarrea ser invadido por otro

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(Por Clara Olivares)

¿A qué me refiero exactamente cuando hablo de invasión?

Cuando se traspasan los límites que una persona establece a nivel físico, emocional e intelectual.

Todos y cada uno de nosotr@s creamos de forma consciente o inconsciente, un «hasta aquí te permito llegar» en cada uno de los niveles que menciono arriba. Éstos vendrían a marcar el lugar en que una persona comienza a establecer los limites necesarios para poder diferenciarse de otra.

Estos tres aspectos conforman la intimidad de un ser humano, son ámbitos que le pertenecen a cada cual de forma exclusiva.

¿Cualquier persona puede lograr invadir a otro? No, evidentemente.

Hay personas que lo intentan, pero afortunadamente no lo consiguen porque aquél que podría ser un candidato no se lo permite.

Pero para que esto suceda primero tienen que darse unas condiciones familiares que favorezcan y permitan el aprendizaje para «poner límites».

En mi artículo del Domingo 22 de Mayo del 2012 hablo sobre ellos.

Por lo general, la o las personas que invaden lo hacen porque, seguramente, tuvieron un modelo del cual aprendieron, es decir, en su entorno familiar había una personas o personas que actuaban de esa forma.

¿Cuál podría ser la causa que hace que un sujeto sea invadido por otro?

Ya hemos hablado del aprendizaje, punto importante. Y otra, la más dramática, es que el invadido por lo general no se da cuenta, es como si estuviera cieg@ ante este fenómeno.

Lo que viene a crear esa ceguera es que el vínculo emocional que se tiene con el invas@r es muy estrecho.

Suele ser, por lo general, la razón que hace que la persona baje sus defensas.

Puede tratarse de un padre, una madre, unos hermanos, tíos, abuelos, etc. Lo curioso del asunto es que el sujeto ha crecido creyendo que la invasión era lo normal, de ahí que siendo adulto, le resulte casi imposible detectar una invasión y que sus alarmas naturales se activen.

Probablemente, de forma inconsciente, su cuerpo «notaba» que estaba siendo invadid@ pero su razón descartaba rápidamente esa posibilidad.

Resulta impensable que alguien a quien se ama le pueda hacer daño a uno.

La respuesta inconsciente que da alguien que ha caído en este tipo de relación, por lo general, es la de volcar la rabia y el dolor que siente hacia sí mism@ y enfermar.

Lo más seguro es que tanto el invasor como el invadido, hayan aprendido esta manera de relacionarse, es decir, que no hayan interiorizado la noción de «límite».

De la invasión que hablo es la efectuada por alguien de forma inconsciente. Si se realiza de forma consciente, entonces nos encontramos ante un sujeto perverso, y en este caso, lo más aconsejable es huir, ya que con un pervers@ es imposible establecer un vínculo emocional sano.

Afortunadamente cometer un acto de invasión no nos convierte en una persona perversa, menos mal!

El camino que conduce a la liberación de este aprendizaje, es el de comenzar a escuchar al cuerpo, concretamente a la «tripa».

En otras palabras, lograr que el individuo comience a confiar en sus propias intuiciones.

Unas de las nefastas consecuencias de la invasión, es que la persona que la sufre no confía en sus propias percepciones, y es allí precisamente en donde se encuentran las claves que le permitirán liberarse.

Si uno ha sido invadido en su infancia la tripa lo ha registrado rápidamente. Sería interesante echarle un vistazo al historial de enfermedades que cada un@ ha tenido a lo largo de su vida.

Este análisis puede arrojar mucha información que, a primera vista, resulta difícil de encontrar.

El cuerpo es el «sismógrafo» por hacer un símil. Éste detecta la invasión de forma inmediata.

Por eso, una vez que se ha aprendido a escuchar al cuerpo, ya puede intervenir la razón para analizar y ordenar la información.

Lo que ayuda a sanar esa experiencia es el trabajo conjunto entre cuerpo y razón.

Fruto de este trabajo en equipo se llega a la comprensión. Y es a partir de ese momento en que el individuo es capaz de decidir qué desea hacer con este descubrimiento.

Ya lo he expresado en más de un artículo: es un trabajo largo que se hace poco a poco.

Quizás la conclusión a la que llego y propongo, es la de aprender a escuchar más al cuerpo y aparcar por un instante la razón.

Soy consciente de que la sociedad está enraizada en una veneración al aspecto racional, casi de forma exclusiva. Pero se va demostrando que esta alternativa no lleva al tan cacareado bienestar total.

En mi próximo artículo hablaré sobre la concepción personal de lo que significa la amistad.

(Imagen: http://www.lockerz.com)

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La ira

dos caras

(Por Clara Olivares)

La ira, al igual que muchas otras emociones, está muy mal vista y tiene muy mala prensa.

Es prácticamente impensable reconocerla y poder decir tranquilamente que uno tiene ataques de ira.

Encuentro que la leyenda del Dr. Jekyll y Mr. Hide representa a la perfección la transformación que se sufre cuando alguien es invadido por esta emoción.

Se pasa de ser un sujeto pacífico, encantador, sociable, para convertirse en un monstruo capaz de masacrar todo y a todos aquellos que se crucen en su camino.

Quienes hayan vivido esta transformación comprenderán perfectamente de lo que estoy hablando.

La persona o personas que están cerca de un individuo iracundo se quedan petrificadas del susto y solo intentar huir, y con razón! El espectáculo no es nada agradable para aquellos que lo presencian.

Pero quien lo vive tampoco lo pasa mejor. Generalmente, después de un ataque de ira la persona queda agotada física y emocionalmente.

Verse reflejado en la mirada del otro no suele ser nada agradable. La imagen que recibimos de nosotros mismos cuando estamos poseídos por la ira, es horrorosa, ya que el otro a través de su expresión, nos muestra que en esos momentos damos miedo.

Una de las herencias que nos ha dejado la Iglesia católica es considerar la ira como uno de los 7 pecados capitales.

Promulga y pide al adepto que luche contra ese pecado, desafortunadamente, está comprobado que desde el combate no se logra ningún cambio verdadero, ya que se contempla la ira como algo que está fuera de uno, como si fuera un enemigo al que hay que derrotar.

Independientemente de que seamos creyentes o no, esta forma de pensar está muy arraigada en el pensamiento colectivo.

¿Cómo se hace para integrar que una de las características que yo tengo como persona, es inadecuada? Ya que es parte consustancial de mi, no la puedo extirpar como si de un grano se tratara, por más que lo desee.

En algunos casos la imposibilidad de intentar compaginar esta paradoja, genera en una disociación en el interior del sujeto.

Es interesante echarle un vistazo a otro punto que plantea la Iglesia, clasifica la ira como un vicio y, no está exenta de razón. La furia, la rabia, la ira, o como se quiera denominar, crea adicción.

Es innegable que la persona se «engancha» a reaccionar de forma airada. Su primer impulso siempre será el de enfadarse ante aquello que le disgusta.

A menos que aprenda a modificar la forma en que se relaciona con su mal humor.

De ahí la importancia de comenzar a desarrollar una consciencia de que la ira irrumpirá siempre en primera instancia como una respuesta automática ante las cosas que le resultan molestas.

El combate no es el único medio para sustraerse al impulso de enfadarse.

Si una persona cree y piensa que la forma de relacionase con él es exclusivamente desde el combate, es una batalla que está de antemano perdida; ya que desde esta perspectiva únicamente puede haber dos resultados posibles: ganar o perder, no existe un término medio.

Gana el vicio (la ira, o la botella, etc.) o, gana la persona.

Es un pulso en el que se emplea exclusivamente la fuerza de voluntad para ganar la partida.

Y la fuerza de voluntad ayuda, desde luego, pero si sólo se opera desde allí, lo más probable es que, tarde o temprano, se termine por sucumbir.

Si a la voluntad no la acompaña una comprensión de los motivos por los que se hace lo que se hace (en este caso ponerse furios@), será muy difícil llegar a modificar ese impulso.

Cada individuo posee unas características que le hacen especial, no obstante, existen personas más reactivas que otras.

Es decir, las que hay que se encienden como una cerilla pero rápidamente se apagan; también las hay que no dicen nada y van acumulando la rabia hasta que explotan.

A cada uno le enfadan cosas diferentes, dependerá de su modo de ser, de su historia familiar y social. Es decir, un mismo hecho no siempre constituye la misma fuente de rabia para dos personas distintas.

Una explosión de ira «alivia» momentáneamente, es la mirada que nos devuelve el otro y el malestar que queda en el fondo del sujeto lo que constituyen un revulsivo ante las expresiones airadas de mal humor.

Finalmente no parece que compense demasiado dejar que la ira campe a sus anchas.

A lo largo de mi experiencia he comprobado que la vía para poder modificar ese primer impulso de enfadarse es domesticarlo. Sería como apaciguar a un corcel muy brioso.

Y eso significa en primer lugar reconocer (en especial ante sí mism@) que se está furios@, que lo que se siente es rabia pura y dura.

Luego viene lo que suelo llamar «rebobinar la película». Ésto consiste en volver hacia atrás en el tiempo un poco, para poder identificar qué fue lo que despertó la ira. Puede tratarse de un hecho, una actuación, una lectura, una palabra… e identificarlo.

Y finalmente viene la comprensión que permite descubrir para qué me enfado, en otras palabras, poder determinar cual es la función que tiene enfadarse.

Es a partir de ese punto en el que alguien puede decidir si sigue manteniendo o no su forma de reaccionar.

Una persona puede decir que tal o cual hecho le enfada sin tener la necesidad de enfadarse. Eso se llama comunicación y es una muestra de madurez emocional.

Repito, puede que el primer impulso sea el de enfadarse, creo que esa forma de ser acompañará a la persona durante toda su vida.

Pero lo interesante es saber que sí se puede hacer algo con ese impulso, ya no es necesario vivir un ataque de ira que deja agotado a quién lo sufre, asusta a los demás y, básicamente, no suele servir para nada.

Existen otras formas de vehicular la rabia, ya no hay que convertirse en Mr. Hide.

Suelen ser la impotencia y la frustración, las fuentes que alimentan la ira.

Impotencia ante una situación que no cambia o ante una persona que no escucha, por poner dos ejemplos.

Y frustración, cuando la realidad no es como yo desearía que fuera.

Y, como siempre, la pregunta del millón sería: ¿qué deseo hacer con eso?

Siempre la decisión se toma en primera persona.

En mi próximo artículo hablaré sobre las consecuencia que acarrea ser invadido por otro.

(Imagen: http://www.damianoperlanatologia.it)

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