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Del amplio espectro que encierra la palabra «amistad».

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(Por Clara Olivares)

Por lo general, esta palabra no significa lo mismo para todas las personas.

Por eso creo que es importante tener en cuenta este punto cuando se esperan determinadas cosas de la persona a la cual consideramos amiga.

Soy consciente de que, en la mayoría de las ocasiones, se da por sentado que el otro está en la misma frecuencia que uno y, desafortunadamente, no suele ser así.

De ahí la necesidad de indagar si las dos personas están hablando de lo mismo cuando se toca el tema de la amistad (o del amor).

El abanico que se abre ante nuestros ojos cuando expresamos que alguien es nuestro amigo, es bastante ámplio.

Puede tratarse de una persona con la que salimos una vez al año a tomar una copa o a cenar, o, a aquella a la que le contamos nuestros secretos más íntimos.

Es decir, que existen diferentes clases o tipos de amistades.

Creo que los malos entendidos sobrevienen cuando metemos en el mismo saco a todas las personas a las que llamamos «amigas».

Existen grados de compromiso, en otras palabras, con el/ amig@ que sólo quedamos para tomar un copa de vez en cuando, probablemente no exista el mismo grado de compromiso que con la persona a la que voy a cuidar cuando se enferma.

Cuando irrumpe en la relación un compromiso, es decir, cuando se establece un «quid pro quo» (reciprocidad), en un terreno equis, cada un@ se compromete con el otro a responder de la misma forma que él lo haría.

Por ejemplo, si el amigo está enfermo y vive solo, yo voy a cuidarle y a prepararle la comida; o, si está atravesando un duelo por una pérdida, el otro va a estar ahí acompañándole y consolándole, o, si está pasando por un momento difícil económicamente, miro si le puedo o no echar una mano.

No se esperará ni se exigirá el mismo comportamiento del amig@ con quién sólo quedo para ir a bailar.

Estos compromisos generalmente se establecen de forma tácita, pero si por una casualidad no se hacen tácitos, entonces hay que explicitarlos de forma que se oficialicen.

El terreno amoroso opera de la misma forma. La amistad y el amor vienen a ser manifestaciones diferentes del mismo sentimiento.

Sin embargo, nunca dejamos de sorprendernos con los comportamientos de la gente. Por ejemplo, alguien al que considerábamos un amigo a secas, con el que compartíamos pocas cosas, de pronto tiene un gesto de cercanía y bondad que nos deja anonadados y gratamente sorprendidos.

Ahora hablaré de los puntos en los que, según mi parecer, se apoya una verdadera amistad.

Ésta de apoya sobre tres patas: la incondicionalidad, un «estar ahí» y por último en esos gestos que le transmiten a la otra persona que ella está presente en su vida cotidiana.

A que me refiero con cada punto:

Incondicionalidad: viene a traducirse por un «puedes contar conmigo» para lo que precises, dentro de las limitaciones que cada uno tiene, por supuesto. Sería como decirle al otro que «estaré contigo cada vez que lo necesites o que yo perciba que lo necesitas».

Estar ahí: significaría que el amig@ estará a mi lado cuando yo esté atravesando un momento difícil en mi vida, o, cuando tenga una alegría. «En las buenas y en las malas», cómo reza el dicho.

Me alegraré por tí si tienes un proyecto nuevo, o, si tienes un reconocimiento en tu trabajo, o, si te ganas la lotería, etc., etc.

El sentir que el amig@ está presente para el otro en su vida cotidiana, ¿cómo?, a través de pequeños gestos, que le manifiestan al otro que éste forma parte de su vida.

Un ejemplo simple de este punto sería el siguiente: un día voy por la calle y me encuentro una pastelería que vende un exquisito pastel de chocolate. En ese instante pienso que a mi amig@ le fascina el chocolate, así que entro y le compro un trocito para regalárselo.

Lo que va tejiendo el tapiz de una relación, son esos pequeños gestos y el paso del tiempo.

Es muy difícil que una relación se construya de un día para el otro. Únicamente el tiempo permite crear una historia hecha de momentos, gestos, comportamientos que terminan por confirmar (o no) que se posee un amig@.

El tema hace que se me vengan a la cabeza varios dichos populares, como: «quien tiene un amigo, tiene un tesoro», o, «hecho son amores y no buenas razones», por nombrar solo dos.

Estoy completamente de acuerdo en que si uno posee un solo amig@ verdadero en la vida, ya puede considerarse alguien muy afortunado.

Menciono el siguiente dicho, ya que, solemos hacer más caso a las palabras que a los hechos. Y son éstos últimos los que permiten constatar y sopesar quién es un buen amig@ y quién no lo es.

Otros aspectos de índole fundamental en este tema y a los que he decidido dedicarles un espacio aparte, serían, la ausencia de un juicio y la capacidad para decir las cosas.

Un amig@ de verdad es aquel que no suele emitir juicios de valor gratuitos sobre lo que hace, piensa o siente la otra persona. En otras palabras, acepta a su amig@ como es.

Puede no estar de acuerdo pero no por eso deja de apoyarle. Acepta las extravagancias que tiene la otra persona, porque sabe que él también las posee.

En el terreno de la amistad se suele ser más tolerante con los defectos que en el del amor. Aceptamos mejor las debilidades del amigo que las de la pareja.

Tanto en el amor como en la amistad, la relación llega a convertirse en una pertenencia sobre la cual nos apoyamos y que sustenta nuestra identidad.

Llega a convertirse en un lugar en el cual nos refugiamos cuando el resto del mundo es duro y áspero.

Curiosamente en la amistad suelen recrearse los mismos conflictos que se tuvieron en el núcleo familiar con los hermanos. Campan las mismas pasiones que se sentían en el pasado: celos, envidias, competividad, etc. por nombrar sólo algunas.

Pero volviendo al punto que estaba tratando, el amig@ le dice al otro cuando se equivoca o cuando ha metido la pata. Precisamente se lo puede decir porque se ha creado una base que lo permite y segundo porque, aunque sea más cómodo mirar para otro lado, le muestra su equivocación aunque no siempre le resulte fácil hacerlo.

Es gracias a las relaciones verdaderas que se crece como persona y se madura. Éstas nos enfrentan a nuestros demonios y nos hacen mirar los aspectos que menos nos gustan de nosotros mismos.

Dicho de otro modo, nos colocan enfrente un espejo en el cual vemos nuestro reflejo. Reflejamos lo bello y también lo menos bello de nosotros mismos, incluso aquello que no queremos ver.

Cuando tenemos el privilegio de contar con una relación de este tipo en nuestra vida, es indispensable que la cuidemos y la mimemos con nuestro cariño, si no se morirá como una planta a la que no se la riega ni se le quitan las hojas muertas.

Lo que puede llegar a estructurar y a sostener un buen amigo es inapreciable, así que invito a la gente que me lee a que mire más de cerca a los que tiene a su alrededor y descubra a aquellas personas que aún no ha visto y valore la riqueza que posee.

En mi próximo artículo hablaré sobre el miedo que produce sentirse y ser una persona vulnerable.

(Imagen: http://www.vk.com)

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La soledad

(Por Clara Olivares)

La definición de «soledad» según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, sería, (Del lat. solitas) f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

Esta definición comprende dos conceptos que a mi juicio son importantes a la hora de abordar el tema.

Habla de una carencia voluntaria y de una involuntaria.

En el grupo de la involuntaria incluiría la soledad que tiene que ver con una constatación de tipo existencial que nos hace conscientes de que, así estemos inmersos en el ruido y rodeados de gente, siempre estaremos solos.

Como reza el dicho: «nacemos y morimos solos».

Luego está la soledad que tiene que ver con la carencia de vínculos afectivos, relacionada con la soledad de tipo voluntario. En este grupo me parece importante analizar si es una cuestión de voluntad o de mera incapacidad.

Hay quienes eligen estar solos porque les agrada, les llena, les gusta.

Y hay quienes son incapaces de relacionarse con otro desde lo emocional, ya que sienten verdadero pánico ante la idea de creer que si se relacionan afectivamente van a convertirse en seres vulnerables y por ende, se enfrentarán al sufrimiento o al abandono, por poner un ejemplo.

En otras palabras, abrir el corazón abre también la puerta al dolor.

Lo cierto es que independientemente de que el origen de la soledad sea por  voluntad propia o no, ambas alternativas están relacionadas.

Todos sabemos en nuestro fuero interno que en realidad estamos solos, es decir, que cuando nos enfrentamos a la vida y a sus avatares, lo hacemos en solitario.

Como decía alguien: «el sufrimiento es intransferible».

Somos nosotros los que atravesamos el dolor, la separación, el abandono, etc. no el otro.

Pero felizmente también es cierto que estos caminos se hacen menos áridos si los recorremos con el apoyo y el amor de otro.

La capacidad para expresar lo que sentimos mediante la palabra es lo que nos diferencia del resto de las especies.

Poder manifestarle a otra persona la importancia que su presencia y su cariño tienen para nosotros, es un regalo de la naturaleza.

A veces es una lástima que haya personas que desaprovechen esta capacidad, porque a lo mejor el miedo que les provoca creerse vulnerables, prima sobre los beneficios que aporta entrar en contacto con otros.

Así mismo, los hay que llenan de ruido y de personas su entorno para no estar jamás consigo mismos.

Cuando no hay un elemento externo que le distancie de sí mismo no le queda más remedio que estar consigo.

Por ésta razón entiendo que haya personas a las que no les guste vivir solas, o simplemente, prefieren no estar solas.

Y yo pregunto: ¿a qué le tienen tanto miedo? ¿qué se imaginan que van a encontrar?

A mucha gente la sola idea les produce pánico.

Quizás ese miedo esté hecho de las llamadas «ideas irracionales» que alimentan la imaginación, ideando situaciones catastróficas en las que los monstruos que originan toman vida.

Estar consigo mismo favorece el auto-conocimiento. Cuando se está solo se emprende una aventura que da como resultado saber quién es uno.

Y al final, tampoco somos tan mala compañía.

Creo que el equilibrio se consigue en «el justo medio»: necesitamos estar solos pero también necesitamos la compañía del otro.

Tanto la una como la otra, las dos alternativas van a ayudar a saber quiénes somos.

Y yo pienso que entre más rápidamente nos descubramos, más capacitados estaremos para disfrutar de nuestra compañía así como de la del otro.

Nos estaremos enriqueciendo constantemente. Tengo la sensación de que jamás terminaremos de conocernos y no pararemos de sorprendernos ante nosotros mismos.

Me parece que fueron los antiguos griegos quienes dijeron: «conócete a tí mismo». Y vaya lío que armaron!

La pregunta que dejo en el aire sería: ¿qué actitud prefiero escoger ante la soledad? y ¿es una elección o es una huída?

Encuentro necesario e importante hablar de un tema que cada vez más está presente en los trabajos y en los colegios: el mobbing y el bullying.

Las dos modalidades de acoso moral llevan a una persona a estar completamente sola por un aislamiento impuesto por otra persona o por un grupo de personas.

Como digo en el párrafo anterior, se trata de un delito moral.  Está muy lejos el querer etiquetarlos como problemas de origen psicológico.

Generalmente lo ejerce un individuo perverso el cual tiene plena consciencia de lo que está haciendo.

Suele ser alguien que manipula al grupo para conseguir sus fines, en este caso aislar y destruir a la persona elegida.

La persona perversa suele elegir a sus víctimas entre los más vulnerables, generalmente aquellos que son los más humanos, o, los que están más solos.

Pueden acosar a otro porque utilizan siempre una amenaza (generalmente hecha de una verdad a medias) para ejercer su poder mediante el miedo y así someterle.

Por lo general, el pervers@ está enfermo de envidia. No pueden soportar que otro posea aquello de lo que ellos carecen. Suelen tener tal vacío dentro, que necesitan alimentarse del daño que le causan a otro, con la esperanza de que su sensación de vacío y angustia cese.

Perciben a ese otro como una amenaza y por ello se dedican a masacrarlo. Puede tratarse de una persona de otra raza, o, con otro color de piel, o, con otra preferencia sexual, o, simplemente por el hecho de ser diferente.

La única posibilidad de «redención» que tiene un pervers@, es la de deprimirse. Esta vía les proporcionaría una posibilidad de volverse humanos, pero el problema, es que le tienen pánico a sentir.

Por eso son tan fríos e inhumanos.

Toparse con una persona perversa en la vida es terrible. Si se sobrevive a este encuentro, se sale fortalecido y se desarrolla un olfato que permite detectarlos a kilómetros de distancia.

Se aprende a enfrentar al otro y al peligro que representa. La estrategia para cortarle las alas a una persona perversa es desenmascarar su juego.

El pervers@ teme a aquel que percibe como alguien fuerte y que está respaldado por más personas.

Éste ejerce su perversión porque puede hacerlo.

De ahí que escoja a sus víctimas entre las personas que son más vulnerables.

Si la víctima encuentra aunque sea a una sola persona que la apoye, saldrá adelante y podrá escapar de las garras del pervers@.

Si se tiene la desafortunada suerte de toparse con un especímen como éste, lo más prudente es HUIR.

En el siguiente artículo voy a hablar sobre las ideas irracionales.

(Imagen: http://www.twitter.com)

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Celos y envidia: unos monstruos que generan mucha vergüenza.

(Por Clara Olivares)

Los celos y la envidia tienen muy mala prensa. Nadie admite abiertamente que ha sentido celos en algún momento o que envidia algo que posee otro.

Por más vergüenza que nos de sentir estos sentimientos, resulta que forman parte de nuestra naturaleza.

«…la Psicología actual explica que los celos son la respuesta natural ante la amenaza de perder una relación interpersonal importante para la persona celosa. Los celos parecen estar presentes en todas las personas, indistintamente de su condición socio-económica o forma de crianza y manifestarse en personalidades que aparentemente parecían seguras de sí mismas…

 Los celos también tienen relación con la vergüenza que es una respuesta natural del organismo. Muchas de ellas, una vez que los padecen, se sorprenden de si mismas ya que ni siquiera sospechaban que los padecieran…»  (Wikipedia)

TOD@S hemos sentido en algún momento de nuestra vida celos o envidia de alguien o de algo.

Los celos son la respuesta que damos cuando la otra persona hace cosas que los despiertan.

Excepto en los casos en que existe una patología, una persona se pone celosa porque alguien le provoca esa reacción.

Nadie se pone celoso sin razón ni es «celos@» porque sí. Repito, los celos se despiertan porque existe una causa que los ha activado.

Puede tratarse que, ya siendo adultos, nos hemos quedado en un estadío infantil y sentimos celos sin que exista una causa directa en apariencia.

Pero si ése fuera el caso, sentir esos celos «levanta la liebre» como dicen en España, es decir, es un síntoma de algo más profundo.

Es el caso de los niños pequeños cuando nace un hermanit@. Temen perder su lugar, el cariño y la atención de los padres, ahora eso que tenían de forma exclusiva lo tienen que compartir con ese intruso. Es natural que sientan celos al ver en su nuevo herman@ una amenaza que pone en peligro su estatus.

Esa es la buena noticia, la mala es que existen grados. La pregunta que surge sería¿hasta dónde me están llevando mis sentimientos de celos o envidia?

Ante el temor de perder una relación importante en mi vida, ¿qué hago? El cine está lleno de ejemplos que muestran hasta donde es capaz de llegar una persona cuando tiene un ataque de celos.

Recordemos la famosa película de Charles Vidor, Gilda, en donde los dos protagonistas (Rita Hayworth y Glenn Ford) llegan casi a destruirse mutuamente por culpa de los celos.

Celos.  4. Recelo que uno siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda, llegue a ser alcanzado por otro. 6. sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra. (Diccionario de la Real Academia de la lengua)

¿Y qué pasa con la envidia? Me atrevería a decir que más o menos un poco de lo mismo.

La envidia es aquel sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas.La RAE la ha definido como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee.

En términos médicos la envidia ha sido definida por diversos términos según los diagnósticos psiquiátricos. El que más ha marcado redundancia en los últimos tiempos es la frase citada por el Dr. Saúl F. Salischiker:

 

«Cuando una persona se obsesiona y deja de vivir por estar pendiente de tu vida o en este caso en la vida de su adversario, de su entorno, y entre otras cosas siente agobio por cada uno de sus triunfos… Aparte de mostrar signos graves de inferioridad, te muestra que estas tratando con una persona psiquiátricamente enferma.»

(Wikipedia)

Existen personas en las familias que están «enfermas de envidia«.

Es normal que en el proceso de maduración hacia la edad adulta se pasen períodos de envidia. Los problemas sobrevienen cuando nos quedamos clavados en esa etapa y no crecemos.

Sentir envidia de lo que pueda poseer otro, como belleza, dinero, éxito, etc. es lícito, somos humanos. Lo desastroso viene cuando no lo decimos abiertamente y no lo reconocemos.

Uno le puede decir tranquilamente a su mejor amiga o a su hermano que le envidia equis cosa o característica. Y no pasa nada.

Como casi todo en la vida, una vez que reconocemos y vemos cuáles son nuestros sentimientos, el siguiente paso sería hacernos esta pregunta, ¿y ahora qué hago con esto?

Puedo hacer muchas cosas: decírselo al otro, analizar si ese sentimiento me hace sentir inferior o peor persona…

O tener deseos de destruir al otro o lo que posee.

Lo dramático de la envidia es que la persona que la siente cree firmemente que en «eso» que posee el otro se centra la belleza, o, el éxito o, la popularidad…

En realidad quien sufre es el que siente la envidia, no el que es envidiado.

Se comprende que esa persona quiera poseer lo mismo que tiene a quien envidia con la esperanza de conseguir aquello que, según su creencia, le va a dar la felicidad.

Si yo llego a tener lo que el otro tiene entonces seré feliz, o, tendré valor, o, conseguiré aquello que anhelo… existen razones tan dispares y tan variadas como lo son los corazones humanos.

Quizás el «antídoto» para detener ese sentimiento es aceptar la frustración.

Sería como decirse a sí mismo: vale, yo no poseo la belleza, o, la astucia, o, el don de gentes, etc. de fulanito, ni nunca lo tendré porque yo soy distinto de él/ella y por esa razón yo poseo otras cosas que hacen que yo sea yo.

Brevemente, la frustración es aceptar que no puedo obtener lo que quiero y deseo, que mis necesidades quizás no pueden ser satisfechas o que las tengo que postergar.

Esta aceptación abre las puertas hacia la libertad, ya que la persona estaría en la capacidad de abandonar el ancla que le sujeta a la furia que le produce creer que puede poseer siempre lo que desea.

En otras palabras, ver que en tanto que seres humanos poseemos límites. Y éstos nos enseñan que existe una línea que no se puede traspasar, un «hasta aquí».

En mi próximo artículo hablaré sobre el miedo.

(imagen: http://www.ideasmx.com.mx)

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La culpabilización fraternal: inculca la sumisión al grupo

(Por Clara Olivares)

Como vengo haciendo en mis dos últimos artículos, sigo desarrollando el libro escrito por el Dr. Robert Neuburger.

Hoy abordaré la última modalidad de culpar a otro: la de tipo fraternal.

Imagino que para quienes somos hijos de los años 60, ésta modalidad nos resultará muy familiar. Recordemos el movimiento hippie y todo lo que éste desató, a esto sumemos la herencia recibida para continuar la lucha sin cuartel del mundo femenino por que las féminas dejaran de ser unas criaturas indefensas e inútiles, cuyo único valor radicaba en agradar y estar bellas.

Todo el legado que nos transmitieron nuestras madres por la lucha de los derechos de las mujeres, no podía caer en saco roto.

«Acaba tu huevo, por favor. He leído en el periódico que hay gente que muere de hambre en Asia. (Amos Oz, «Cómo curar a un fanático». París, Gallimard, 2003).

«Esta clase de orden terminante seguida de una constatación de la miseria humana es un clásico de la culpabilización de tipo fraternal, utilizada por los padres para inculcarles a sus hijos el sentido de solidaridad, y, accesoriamente hacerles acabar su comida si ellos refunfuñan».

Y la lección la aprendimos muy bien. Quizás ésta haya derivado en una excesiva reivindicación por esa igualdad entre los sexos, pero como todo en la vida, esa lucha acarrea consecuencias positivas y consecuencias negativas.

«Esta técnica se apoya en una auto-culpabilización anterior, aquella que parte del hecho de que «somos culpables», sin duda ésta es la cama de nuestros sentimientos. Cuando reflexionamos con atención, es totalmente cierto que somos culpables

«Es cierto que deseamos el lugar del otro, es cierto que somos envidiosos, cierto es que hemos alimentado el deseo de matar y de devorar«.

Socialmente se han penalizado tanto los sentimientos de envidia y celos, que por otra parte son inherentes a la naturaleza humana, que confesar y admitir que se tienen equivaldría a ponerse uno mismo «la soga al cuello».

Y si además eres mujer, peor!

«El sentimiento de culpabilidad de origen fraternal preexistente encuentra sus raíces en el grupo de iguales, se trate de los compañeros de clase o de los herman@s

«Estos grupos se estructuran alrededor de los mitos de lealtad, de solidaridad, de saber compartir, de igualdad.«

«Cierto protestantismo ha podido apoyarse en esta sensibilidad, sobre el sentimiento de engendrar la culpabilidad en aquellos para los que ser egoístas constituyen en pecado grave, ya que el egoísmo confronta el sentimiento de comunidad

Dicho de otro modo, si «soy» egoísta (anteponiendo mis necesidades a las del otro) estoy dando la espalda y traicionando a la comunidad, en este caso a los hermanos, a las familias o al género masculino o al femenino.

«Calvino decía: Aquel que odia a su hermano merece ser juzgado; aquel que odia será condenado por todo el consistorio; cualquiera que cometa una injuria es culpable de arder en el fuego del infierno«.

Y si lo trasladamos a las décadas de los 60, 70 y 80, el discurso se transformaría en demostrar mediante la palabra y los actos que jamás se traicionará la lealtad al grupo de las mujeres.

Y yo me pregunto: ¿y qué pasó con los hombres? Ellos tendrían algo que decir al respecto, digo yo.

Quizás en esa lucha denodada por convertirnos en unos seres iguales a los hombres, ¿no terminamos cercenando la hombría de muchos hombres? ¿No conseguimos que los hombres que nos rodeaban se convirtieran en seres impotentes, en los planos sexual y relacional?

«Georges Simenon (escritor belga, creador del inspector Maigret ) fue culpabilizado de forma masiva por su madre quien no le perdonó jamás ser uno de sus hijos supervivientes y con un éxito reconocido».

«A sus ojos (de la madre) debió haber sido Georges el que hubiera debido morir y no Christian, su hermano mayor, el preferido.»

«…para su madre, Georges era el responsable de la muerte de su hermano. Así un día hace este comentario: ¿Por qué ha sido Christian quién ha muerto y no tú?, o, Es curioso, es Georges quién tiene la gloria y Christian quien tenía el genio».

«Todos los esfuerzos desplegados por Georges para ganarse el amor maternal fueron en vano. Incluso el dinero que él le dio, ella no lo gastó: es más, un día se lo devolvió todo.»

Pesadita esa carga, no? A mí me parece que al igual que Simenon, cada uno de nosotr@s lleva puesto, de forma consciente o inconsciente, un fardo de culpa al haber sido desleal al grupo, llámese éste a las mujeres, a la pareja, a la familia, etc.

«La deuda de solidaridad: En una pareja, existen dos tipos de solidaridad. La primera concierne al mundo interno de la pareja que se traduce esencialmente en la idea de que cada uno debe participar con las labores domésticas, con la educación de los hijos y en aportar su contribución financiera de acuerdo a sus ganancias. Todo esto respetando siempre una igualdad, de tal manera que el hecho de compartir sea vivido por cada uno como algo justo«.

«Esta igualdad de roles generalmente no plantea problemas porque la igualdad tiende a fraternizar a la pareja, es decir, a deserotizarla.«

Este párrafo ilustra muy bien una de las consecuencias negativas que conlleva funcionar con esta modalidad.

Nadie desea estar en pareja con su hermanit@. Sí, puede resultar un lugar muy cómodo en donde se comparten afinidades, gustos, hobbies, etc.

Pero en el fondo y de forma inconsciente, tanto él como ella buscan la diferencia, es decir, buscan a un hombre que se imponga, que sea decidido, que tome el papel activo en el juego de la seducción y a una mujer que se entregue y que se deje seducir. Se daría así inicio a un baile seductor que puede llegar a ser tremendamente satisfactorio para las dos personas.

Hemos puesto tanto empeño en que los sexos sean iguales, que se ha creado el monstruo de la indiferenciación. Es necesario que seamos diferentes del otro: de la madre, del padre, de los hijos, de la pareja, del otro sexo.

Si no hay diferencia no se podrá construir la estructura psíquica interna necesaria para un soporte identitario, es decir, aquel que responde a la pregunta de ¿quién soy yo?.

No puedo ser ni mi madre, ni mi pareja, ni mi herman@, si eso sucediera me sumiría en la locura.

«La solidaridad en esta configuración, significa igualmente sostener y apoyar a su pareja en caso de dificultades personales de cualquier índole, de suerte que se espera una muestra de solidaridad en caso de que surja una situación dramática, como la enfermedad o la pérdida de un hijo.»

Y ésta me parece que es una consecuencia positiva y más aún en los tiempos que corren, en los que cada uno «barre para su casa» exclusivamente.

«La segunda forma de solidaridad conyugal tiene que ver con el mundo exterior a la pareja, por ejemplo la familias de origen. Alguno de los dos puede estar en conflicto con su propia familia (por una herencia, por la participación en una empresa familiar, etc.) o con la familia de su pareja (la no aceptación, los problemas causados por la llegada de un hijo, etc.).»

«También puede esperarse la solidaridad de la pareja en los casos de duelos familiares, o de relaciones con amigos o conocidos que puedan ser irrespetuosas o intrusivas, o cualquier otra circunstancia en la que cada uno de los miembros de la pareja espere que el otro se muestre unido haciendo un frente común ante las dificultades.»

Y si ésto no se da en la pareja, nacen los problemas: quizás se caiga en un bucle de reproches y de peleas que van minando y desgastando a los dos miembros de la pareja.

«La solidaridad no se paga con palabras, necesita de los actos: una escucha activa, un gesto en el momento oportuno, en particular cuando uno de los dos se encuentra en un momento de desarraigo

«Saber escuchar y ayudar cuando se necesita no siempre es fácil y los problemas pueden surgir si alguno de los miembros de la pareja no ha sentido el sostén que necesitaba del otro.«

«Dos tipos de circunstancias son las que van a constituir problemas en la pareja: cuando la solidaridad (muy activa en la vida cotidiana), transforma a la pareja en un equipo desexualizado y cuando uno de los miembros no ha cumplido con su rol de sostén frente a la adversidad».

Con esta exposición se comprenden muy bien las consecuencias que pueden llegar a traer en cualquiera de los miembros de la pareja, el hecho de que alguno de los dos transgreda los límites que constituyen las fronteras de ese mundo íntimo llamado pareja.

En mi próximo artículo finalizaré el tema de la culpabilidad con las conclusiones a las que el Dr. Neuburger llega en su libro.

(Imagen:www.bouwhuis.com)

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