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¿Cómo se construyen las relaciones?

 

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Por Clara Olivares

Este artículo me lo ha inspirado el comentario que dejó un lector del blog a quién le estoy muy agradecida. Sus palabras me han hecho reflexionar y analizar los puntos que planteaba.

Dado que los seres humanos somos por naturaleza gregarios y que ésto nos hace vivir en sociedad, es interesante echarle un vistazo a la forma en que se construyen las relaciones con otros.

El primer impulso que nos hace acercarnos a otro individuo suele ser la necesidad.

Si observamos el funcionamiento social de los primates, éstos, al igual que nosotros, buscan la forma de llegar a pertenecer a un clan.

Da igual la vía que utilice para entrar en él, es importante ser incluido ya que éste le procura compañía, protección y amparo, además de una pertenencia.

Y cualquier ser humano necesita una pertenencia.

Dentro del grupo aprende varias cosas, como por ejemplo, las reglas de convivencia, aquello que está permitido y lo que no, a quien obedecer y a quién temer, etc.

Los seres humanos aprendemos las mismas cosas y casi de la misma forma.

Nuestro primer núcleo de aprendizaje lo conforma la familia. Luego, cuando comenzamos a socializarnos interactuando con el exterior, aprendemos en el colegio las normas que rigen al clan, en este caso, la sociedad a la que pertenecemos.

Por eso me parece que, partiendo de las necesidades personales y sociales, busquemos establecer lazos con el otro.

En función de cómo ha sido ese aprendizaje, así estableceremos las bases de nuestras relaciones interpersonales.

De nuestra percepción del mundo, la de nuestra familia y de la realidad de las personas que conforman nuestro núcleo social, surgirán los ideales que buscamos en otro.

Elegiremos nuestras parejas y amigos entre aquellas que obedezcan a ese ideal.

Unas veces coinciden y otras veces no.

En algunas ocasiones, de forma inconsciente, le atribuimos al otro cualidades que éste no posee.

Luego viene el batacazo cuando comprobamos que la realidad y las  expectativas que tengo son diferentes, o, incluso, opuestas a aquellas que buscamos.

Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Por qué razón elegimos a una persona que no obedece a lo que nosotros deseamos en el fondo de nuestro corazón?

Imagino que por una necesidad poderosa de que ést@ sea como yo desearía que fuera, no como es en realidad.

Cuando el entorno del que venimos no es muy acogedor, o, es hostil, desarrollamos una esperanza que crece agazapada de forma inconsciente, la cual se expresaría como un: «por favor, que las personas que he elegido no sean como en realidad las estoy percibiendo«.

Ésta lleva a la siguiente pregunta: ¿es este funcionamiento una constante en mi vida? y, si es así, ¿de dónde viene?

Para hallar la respuesta tendremos que retroceder en el tiempo buscando responder al interrogante: ¿dónde y cuándo lo aprendí?

Este camino se puede hacer en solitario, o, con la ayuda de un profesional.

El hilo conductor de esta búsqueda lo constituye el historial de nuestras relaciones.

Sería interesante observar si todas los tipos de relación obedecen a un mismo patrón, o, si las relaciones de amistad se conforman de forma diferente que las amorosas; o si buscamos recrear el mismo tipo de relación que tuvimos con un padre o con una madre, etc.

Lo que más me llamó la atención del comentario de mi lector, era que hablaba de la meta que se busca en las relaciones sociales.

Decía que, había observado que la meta que se perseguía generalmente era la de llegar a ser una persona independiente.

Me quedé perpleja al constatar que yo había crecido con ese mismo discurso.

Y me pregunto: ¿eso qué significa?, ¿es eso posible?, ¿de qué estamos hablando exactamente?

Ser independiente significaría «¿no necesitar a nadie?».

Claro, si consigo ese objetivo, contrarresto de forma tajante toda posibilidad de que me duela la ausencia de ese otro que tanto anhelo.

Quizás habría que establecer una diferencia entre «ser independiente» y «ser autónomo».

Independencia se traduce, creo yo, en un «yo puedo todo sol@».

«Puedo» ¿con qué?. Con la vida, con el amor, con la amistad…

Volviendo al punto de partida de este artículo, no creo que sea posible no necesitar a nadie.

TODOS necesitamos a otro.

Me parece que la palabra «dependencia» se confunde con «quedar a merced de».

Es como si se pensara que si le declaro a alguien que «le necesito» ya no podré jamás sustraerme a la dominación que ese otro tenga sobre mí.

Y, nada más lejano de la realidad.

La clave reside en tener clara la diferencia entre ser dependiente y ser autónomo.

Una cosa es establecer relaciones de dependencia, entendidas como la incapacidad de concebir la realización de una acción sin la ayuda y la presencia de otra persona. En otras palabras, sino hay un otro, yo sol@ no me puedo desempeñar.

Bien sea en el territorio social, profesional, personal, etc.

Y otra bien distinta es construir una relación teniendo siempre presente que necesito a otro, pero que no le preciso para vivir. 

En el primer caso, siempre estaré a merced de esa persona. En el segundo, iré encaminad@ a convertirme en alguien autónomo. Y una de las consecuencias que esta realidad acarrea, es que seré una persona independiente de verdad.

Muchas veces hemos adoptado la imagen de alguien falsamente independiente, es decir, de alguien que aparentemente no necesita de nadie.

Y lo que no nos damos cuenta es que desde ese lugar sí que estamos a merced de otro porque seremos terriblemente frágiles.

Es mentira que no necesitemos a otra persona. Sin ella no sabríamos jamás quienes somos.

Una cosa es la dependencia que lleva a fragilizar y otra bien distinta la dependencia que permite darnos cuenta de que siempre necesitaremos a otro.

La persona que posee más dependencias es la que es más libre.

En otras palabras, poco a poco se va perdiendo el miedo a creer que necesitar a otro significa depender de él para vivir.

Las relaciones sólo se construyen con el paso del tiempo. Es como si de una casa se tratara: hay que ir añadiendo ladrillo a ladrillo.

No se construye de un día para otro.

Os planteo dos preguntas: ¿qué tipo de casa deseo construir? y ¿es posible hacerlo con la persona que he escogido para ello?

(Imagen: http://www.omarortiz.wordpress.com)

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Del amplio espectro que encierra la palabra «amistad».

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(Por Clara Olivares)

Por lo general, esta palabra no significa lo mismo para todas las personas.

Por eso creo que es importante tener en cuenta este punto cuando se esperan determinadas cosas de la persona a la cual consideramos amiga.

Soy consciente de que, en la mayoría de las ocasiones, se da por sentado que el otro está en la misma frecuencia que uno y, desafortunadamente, no suele ser así.

De ahí la necesidad de indagar si las dos personas están hablando de lo mismo cuando se toca el tema de la amistad (o del amor).

El abanico que se abre ante nuestros ojos cuando expresamos que alguien es nuestro amigo, es bastante ámplio.

Puede tratarse de una persona con la que salimos una vez al año a tomar una copa o a cenar, o, a aquella a la que le contamos nuestros secretos más íntimos.

Es decir, que existen diferentes clases o tipos de amistades.

Creo que los malos entendidos sobrevienen cuando metemos en el mismo saco a todas las personas a las que llamamos «amigas».

Existen grados de compromiso, en otras palabras, con el/ amig@ que sólo quedamos para tomar un copa de vez en cuando, probablemente no exista el mismo grado de compromiso que con la persona a la que voy a cuidar cuando se enferma.

Cuando irrumpe en la relación un compromiso, es decir, cuando se establece un «quid pro quo» (reciprocidad), en un terreno equis, cada un@ se compromete con el otro a responder de la misma forma que él lo haría.

Por ejemplo, si el amigo está enfermo y vive solo, yo voy a cuidarle y a prepararle la comida; o, si está atravesando un duelo por una pérdida, el otro va a estar ahí acompañándole y consolándole, o, si está pasando por un momento difícil económicamente, miro si le puedo o no echar una mano.

No se esperará ni se exigirá el mismo comportamiento del amig@ con quién sólo quedo para ir a bailar.

Estos compromisos generalmente se establecen de forma tácita, pero si por una casualidad no se hacen tácitos, entonces hay que explicitarlos de forma que se oficialicen.

El terreno amoroso opera de la misma forma. La amistad y el amor vienen a ser manifestaciones diferentes del mismo sentimiento.

Sin embargo, nunca dejamos de sorprendernos con los comportamientos de la gente. Por ejemplo, alguien al que considerábamos un amigo a secas, con el que compartíamos pocas cosas, de pronto tiene un gesto de cercanía y bondad que nos deja anonadados y gratamente sorprendidos.

Ahora hablaré de los puntos en los que, según mi parecer, se apoya una verdadera amistad.

Ésta de apoya sobre tres patas: la incondicionalidad, un «estar ahí» y por último en esos gestos que le transmiten a la otra persona que ella está presente en su vida cotidiana.

A que me refiero con cada punto:

Incondicionalidad: viene a traducirse por un «puedes contar conmigo» para lo que precises, dentro de las limitaciones que cada uno tiene, por supuesto. Sería como decirle al otro que «estaré contigo cada vez que lo necesites o que yo perciba que lo necesitas».

Estar ahí: significaría que el amig@ estará a mi lado cuando yo esté atravesando un momento difícil en mi vida, o, cuando tenga una alegría. «En las buenas y en las malas», cómo reza el dicho.

Me alegraré por tí si tienes un proyecto nuevo, o, si tienes un reconocimiento en tu trabajo, o, si te ganas la lotería, etc., etc.

El sentir que el amig@ está presente para el otro en su vida cotidiana, ¿cómo?, a través de pequeños gestos, que le manifiestan al otro que éste forma parte de su vida.

Un ejemplo simple de este punto sería el siguiente: un día voy por la calle y me encuentro una pastelería que vende un exquisito pastel de chocolate. En ese instante pienso que a mi amig@ le fascina el chocolate, así que entro y le compro un trocito para regalárselo.

Lo que va tejiendo el tapiz de una relación, son esos pequeños gestos y el paso del tiempo.

Es muy difícil que una relación se construya de un día para el otro. Únicamente el tiempo permite crear una historia hecha de momentos, gestos, comportamientos que terminan por confirmar (o no) que se posee un amig@.

El tema hace que se me vengan a la cabeza varios dichos populares, como: «quien tiene un amigo, tiene un tesoro», o, «hecho son amores y no buenas razones», por nombrar solo dos.

Estoy completamente de acuerdo en que si uno posee un solo amig@ verdadero en la vida, ya puede considerarse alguien muy afortunado.

Menciono el siguiente dicho, ya que, solemos hacer más caso a las palabras que a los hechos. Y son éstos últimos los que permiten constatar y sopesar quién es un buen amig@ y quién no lo es.

Otros aspectos de índole fundamental en este tema y a los que he decidido dedicarles un espacio aparte, serían, la ausencia de un juicio y la capacidad para decir las cosas.

Un amig@ de verdad es aquel que no suele emitir juicios de valor gratuitos sobre lo que hace, piensa o siente la otra persona. En otras palabras, acepta a su amig@ como es.

Puede no estar de acuerdo pero no por eso deja de apoyarle. Acepta las extravagancias que tiene la otra persona, porque sabe que él también las posee.

En el terreno de la amistad se suele ser más tolerante con los defectos que en el del amor. Aceptamos mejor las debilidades del amigo que las de la pareja.

Tanto en el amor como en la amistad, la relación llega a convertirse en una pertenencia sobre la cual nos apoyamos y que sustenta nuestra identidad.

Llega a convertirse en un lugar en el cual nos refugiamos cuando el resto del mundo es duro y áspero.

Curiosamente en la amistad suelen recrearse los mismos conflictos que se tuvieron en el núcleo familiar con los hermanos. Campan las mismas pasiones que se sentían en el pasado: celos, envidias, competividad, etc. por nombrar sólo algunas.

Pero volviendo al punto que estaba tratando, el amig@ le dice al otro cuando se equivoca o cuando ha metido la pata. Precisamente se lo puede decir porque se ha creado una base que lo permite y segundo porque, aunque sea más cómodo mirar para otro lado, le muestra su equivocación aunque no siempre le resulte fácil hacerlo.

Es gracias a las relaciones verdaderas que se crece como persona y se madura. Éstas nos enfrentan a nuestros demonios y nos hacen mirar los aspectos que menos nos gustan de nosotros mismos.

Dicho de otro modo, nos colocan enfrente un espejo en el cual vemos nuestro reflejo. Reflejamos lo bello y también lo menos bello de nosotros mismos, incluso aquello que no queremos ver.

Cuando tenemos el privilegio de contar con una relación de este tipo en nuestra vida, es indispensable que la cuidemos y la mimemos con nuestro cariño, si no se morirá como una planta a la que no se la riega ni se le quitan las hojas muertas.

Lo que puede llegar a estructurar y a sostener un buen amigo es inapreciable, así que invito a la gente que me lee a que mire más de cerca a los que tiene a su alrededor y descubra a aquellas personas que aún no ha visto y valore la riqueza que posee.

En mi próximo artículo hablaré sobre el miedo que produce sentirse y ser una persona vulnerable.

(Imagen: http://www.vk.com)

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