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La ira

dos caras

(Por Clara Olivares)

La ira, al igual que muchas otras emociones, está muy mal vista y tiene muy mala prensa.

Es prácticamente impensable reconocerla y poder decir tranquilamente que uno tiene ataques de ira.

Encuentro que la leyenda del Dr. Jekyll y Mr. Hide representa a la perfección la transformación que se sufre cuando alguien es invadido por esta emoción.

Se pasa de ser un sujeto pacífico, encantador, sociable, para convertirse en un monstruo capaz de masacrar todo y a todos aquellos que se crucen en su camino.

Quienes hayan vivido esta transformación comprenderán perfectamente de lo que estoy hablando.

La persona o personas que están cerca de un individuo iracundo se quedan petrificadas del susto y solo intentar huir, y con razón! El espectáculo no es nada agradable para aquellos que lo presencian.

Pero quien lo vive tampoco lo pasa mejor. Generalmente, después de un ataque de ira la persona queda agotada física y emocionalmente.

Verse reflejado en la mirada del otro no suele ser nada agradable. La imagen que recibimos de nosotros mismos cuando estamos poseídos por la ira, es horrorosa, ya que el otro a través de su expresión, nos muestra que en esos momentos damos miedo.

Una de las herencias que nos ha dejado la Iglesia católica es considerar la ira como uno de los 7 pecados capitales.

Promulga y pide al adepto que luche contra ese pecado, desafortunadamente, está comprobado que desde el combate no se logra ningún cambio verdadero, ya que se contempla la ira como algo que está fuera de uno, como si fuera un enemigo al que hay que derrotar.

Independientemente de que seamos creyentes o no, esta forma de pensar está muy arraigada en el pensamiento colectivo.

¿Cómo se hace para integrar que una de las características que yo tengo como persona, es inadecuada? Ya que es parte consustancial de mi, no la puedo extirpar como si de un grano se tratara, por más que lo desee.

En algunos casos la imposibilidad de intentar compaginar esta paradoja, genera en una disociación en el interior del sujeto.

Es interesante echarle un vistazo a otro punto que plantea la Iglesia, clasifica la ira como un vicio y, no está exenta de razón. La furia, la rabia, la ira, o como se quiera denominar, crea adicción.

Es innegable que la persona se «engancha» a reaccionar de forma airada. Su primer impulso siempre será el de enfadarse ante aquello que le disgusta.

A menos que aprenda a modificar la forma en que se relaciona con su mal humor.

De ahí la importancia de comenzar a desarrollar una consciencia de que la ira irrumpirá siempre en primera instancia como una respuesta automática ante las cosas que le resultan molestas.

El combate no es el único medio para sustraerse al impulso de enfadarse.

Si una persona cree y piensa que la forma de relacionase con él es exclusivamente desde el combate, es una batalla que está de antemano perdida; ya que desde esta perspectiva únicamente puede haber dos resultados posibles: ganar o perder, no existe un término medio.

Gana el vicio (la ira, o la botella, etc.) o, gana la persona.

Es un pulso en el que se emplea exclusivamente la fuerza de voluntad para ganar la partida.

Y la fuerza de voluntad ayuda, desde luego, pero si sólo se opera desde allí, lo más probable es que, tarde o temprano, se termine por sucumbir.

Si a la voluntad no la acompaña una comprensión de los motivos por los que se hace lo que se hace (en este caso ponerse furios@), será muy difícil llegar a modificar ese impulso.

Cada individuo posee unas características que le hacen especial, no obstante, existen personas más reactivas que otras.

Es decir, las que hay que se encienden como una cerilla pero rápidamente se apagan; también las hay que no dicen nada y van acumulando la rabia hasta que explotan.

A cada uno le enfadan cosas diferentes, dependerá de su modo de ser, de su historia familiar y social. Es decir, un mismo hecho no siempre constituye la misma fuente de rabia para dos personas distintas.

Una explosión de ira «alivia» momentáneamente, es la mirada que nos devuelve el otro y el malestar que queda en el fondo del sujeto lo que constituyen un revulsivo ante las expresiones airadas de mal humor.

Finalmente no parece que compense demasiado dejar que la ira campe a sus anchas.

A lo largo de mi experiencia he comprobado que la vía para poder modificar ese primer impulso de enfadarse es domesticarlo. Sería como apaciguar a un corcel muy brioso.

Y eso significa en primer lugar reconocer (en especial ante sí mism@) que se está furios@, que lo que se siente es rabia pura y dura.

Luego viene lo que suelo llamar «rebobinar la película». Ésto consiste en volver hacia atrás en el tiempo un poco, para poder identificar qué fue lo que despertó la ira. Puede tratarse de un hecho, una actuación, una lectura, una palabra… e identificarlo.

Y finalmente viene la comprensión que permite descubrir para qué me enfado, en otras palabras, poder determinar cual es la función que tiene enfadarse.

Es a partir de ese punto en el que alguien puede decidir si sigue manteniendo o no su forma de reaccionar.

Una persona puede decir que tal o cual hecho le enfada sin tener la necesidad de enfadarse. Eso se llama comunicación y es una muestra de madurez emocional.

Repito, puede que el primer impulso sea el de enfadarse, creo que esa forma de ser acompañará a la persona durante toda su vida.

Pero lo interesante es saber que sí se puede hacer algo con ese impulso, ya no es necesario vivir un ataque de ira que deja agotado a quién lo sufre, asusta a los demás y, básicamente, no suele servir para nada.

Existen otras formas de vehicular la rabia, ya no hay que convertirse en Mr. Hide.

Suelen ser la impotencia y la frustración, las fuentes que alimentan la ira.

Impotencia ante una situación que no cambia o ante una persona que no escucha, por poner dos ejemplos.

Y frustración, cuando la realidad no es como yo desearía que fuera.

Y, como siempre, la pregunta del millón sería: ¿qué deseo hacer con eso?

Siempre la decisión se toma en primera persona.

En mi próximo artículo hablaré sobre las consecuencia que acarrea ser invadido por otro.

(Imagen: http://www.damianoperlanatologia.it)

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Ideas irracionales

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(Por Clara Olivares)

Quien acuñó el concepto de las ideas irracionales fue el psicólogo estadounidense Albert Ellis, más o menos sobre los años 50 del siglo pasado.

Para muchos autores, él fue el padre de las terapias cognitivo-conductuales.

Como le sucede a las escuelas o corrientes terapéuticas, todas poseen puntos fuertes y puntos débiles. No existe la panacea…

Y a la terapia cognitivo-conductual le sucede otro tanto de los mismo.

Eso no quiere decir que no haya aportado herramientas valiosas que han favorecido el auto-conocimiento y el trabajo con otros seres humanos.

Ellis partía de la hipótesis de que, «… no son los acontecimientos los que generan los estados emocionales, sino la manera de interpretarlos. Si somos capaces de cambiar nuestros esquemas mentales seremos capaces de generar nuevos estados emocionales menos dolorosos y más acordes con la realidad, por tanto, más racionales y realistas

Observó que existían unas ideas irracionales comunes a los seres humanos y sintetizó 11 de ellas como las básicas.

Lo que me resulta muy interesante de las aportaciones de esta escuela, es que las ideas irracionales tienen su origen en las creencias que tiene todo individuo.

De hecho, cuando una persona se toma el tiempo para analizar sus propias creencias, puede seguir el rastro que éstas van dejando. Siguiendo su pista podrá determinar de dónde provienen.

Lo que las convierte en irracionales, es que por una parte, se mueven dentro de un espectro dicotómico que únicamente admite dos únicas posibilidades, por lo general contradictorias (todo/nada, siempre/nunca, etc.) y por otra, que éstas se manifiestan como certezas irrefutables.

Sin lugar a dudas son interpretaciones que se hacen de asuntos variados, pero que en un momento dado, estas interpretaciones se convierten en verdades absolutas de carácter dogmático.

Como señalo más arriba, la naturaleza irracional de estas creencias viene dada por la interpretación que de ellas se hace, y que por regla general, éstas adolecen de un sustento lógico.

El cumplimiento de una creencia puede darse o no, es aleatorio.

El planteamiento del Sr. Ellis consistió en hacer un análisis de cada una de estas creencias y así descubrir qué es lo que las hace irracionales, ofreciendo  alternativas diferentes también de tipo racional.

Tomemos como ejemplo la Idea Irracional Nº 1: «Es una necesidad extremas para el ser humano adulto el ser amado y aprobado por prácticamente cada persona significativa de la sociedad».

Es necesario contemplar el aspecto racional al que está asociada esta idea: la necesidad de aprobación y de amor. Pero, para mi gusto, se queda limitado el análisis si no añadimos otros componentes, como por ejemplo, las necesidades de existir y de confirmación, entre otras.

Me parece una enorme aportación la que hace al sugerir un esquema de análisis basado en el desentrañamiento, uno a uno de los componentes que forman cada idea.

El principio del que parte es similar al que yo suelo llamar «desenredar la madeja», es decir, utilizar una idea, creencia, sentimiento, hecho, etc. como si fuera el extremo de un hilo e ir tirando de él hasta que éste nos vaya adentrando en el origen que tiene y descubramos el sentido que éste hecho tiene para cada uno.

El ser humano es más que emociones y racionalidad. Además forma parte de un grupo (familia) que arrastra una historia que se remonta a varias generaciones.

Muchas de las creencias que tenemos son heredadas, la mayoría nacieron fruto de unas circunstancia y unos hechos que, al saber cuáles han sido, les confieren sentido. Lo interesante es averiguarlo, ya que, en la mayoría de los casos, se desconoce de dónde provienen y porqué se acuñaron.

Lo más seguro es fueran el producto de una estrategia de supervivencia en un momento dado.

Lo que intento transmitir es que las creencias no nacieron fruto de la casualidad ni por generación espontánea. Surgieron por una necesidad real y vital, que de no ser así, carecerían de sentido.

Lo que le permite a un sujeto recuperar su salud mental suele ser la comprensión de que lo que hace, piensa, o, siente, no es un sinsentido.

Todos poseemos unas creencias en las que se sustenta nuestra identidad. Quizás el trabajo consiste en ir desvelando el origen que tienen.

Desde mi óptica, solo es a través de la comprensión que se llega a modificar un funcionamiento equis. Mientras no se comprenda la función que tiene no se podrá alcanzar la libertad que permite al sujeto decidir qué quiere hacer con él. 

Puede ser que decida modificarlo o no, puede desecharlo y crear uno nuevo… las posibilidades son tan variadas como lo son los seres humanos.

Cuando nos observamos haciendo una afirmación de forma categórica que no admite ningún tipo de discusión o de cuestionamiento, deberíamos pensar que la reacción exagerada que estamos teniendo es un indicativo de que quizás nos hemos topado con algo importante.

Puede ser algo de la historia familiar, o de la historia personal.

Y si esa afirmación no admite ningún cuestionamiento, seguramente se trate de algo muy gordo a lo que vale la pena darle una segunda mirada.

A lo mejor nos sorprendan los resultados de nuestras pesquisas. a lo mejor nos demos cuenta de que no tiene nada que ver con nosotros, o, por el contrario, quizás encontremos el sentido a aquello que hacemos sin saber muy bien porqué.

Lo que yo he observado, es que muchas de estas ideas surgen en entornos familiares rígidos en donde la exigencia es tan exagerada que ningún ser humano puede cumplir jamás con esas expectativas.

Lo que, por lo general, lleva grandes dosis de culpabilidad y de sufrimiento, aparte de una necesidad exagerada de control.

Entre mayor sea la auto-exigencia, mayor es el miedo a no cumplir con lo que se espera de uno.

Lo que encuentro muy útil del concepto de las ideas irracionales es que cuando se pasa de la expresión de un deseo, usando un «me gustaría» a un «tengo que» o, «debería», o, «estoy obligado a», probablemente exista una creencia irracional perturbadora.

Me parece que si cada uno de nosotros se toma la molestia y el tiempo de observarse, por ejemplo, simplemente escuchándose hablar, encontrará muchas claves que le llevarán a descubrirse y a conocerse.

Si encontramos que nuestro discurso está más lleno de «deberías», o «tengo que», con toda seguridad existe un nivel de exigencia muy alto hacia uno mismo o hacia los demás.

Una alternativa que funciona muy bien en los casos de personas que han sido muy exigidas en su infancia y que luego han incorporado una auto-exigencia a su vida, colocándose el listón muy alto, es modificar cada «debería» por un «me gustaría».

Es sorprendente los resultados que se obtienen con este simple ejercicio.

Invito a todos los que leen estos artículos a que se permitan emprender ese camino que les llevará a saber quienes son y a convertirse poco a poco en seres cada vez más humanos.

Finalmente lo único que nos llevaremos a la tumba, serán los momentos que hemos compartido con otros.

En mi próximo artículo hablaré sobre la manera de afrontar el sufrimiento.

(Imagen: http://www.myutopysleep.com)

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Necesidad del otro: ¿un imposible?

(Por Clara Olivares)

Últimamente no dejo de pensar en si es posible o no vivir sin sentirse necesitado de otro, es decir, sobrevivir sin necesidades afectivas.

Por más que le doy vueltas y vueltas, llego al mismo punto: posible sí que es, desde luego. Pero la pregunta que se impone sería: ¿con qué calidad de vida emocional?

Cierto es que necesitar a otro significa dolor, sufrimiento y lágrimas. Pero también apoyo, cercanía, calor, mayor autoestima, alegría, humanidad, identidad.

Y la idea de padecer dolor asusta y mucho.

Si alguien confiesa abiertamente que necesita al otro, en especial ante sí mism@, se arriesga a sufrir si el otro no está. Y eso, es precisamente lo que nadie desea.

Curiosamente al escuchar las letras de los boleros o de los tangos, la mayoría de ellas hablan de un desamor, un abandono, un amor no correspondido, un despecho… resumiendo, cantan al dolor que produce amar y necesitar a otro.

En la mayoría de esas letras se llora la pérdida del amor de una pareja, pero hay algunos que hablan de la pérdida del amor de un amig@.

Y me atrevería a decir que en ambos casos el dolor que se siente es el mismo.

No dejo de cuestionarme el porqué a una persona le resulta tan difícil decirle a otra que la necesita.

Quizás exista esa creencia absurda de que la imagen de «debilidad» que se proyectaría de sí mism@ sería nefasta, con el agravante de que ese otro va a pensar que le tiene en su poder.

Y, creedme, nada está más lejos de la realidad.

Primero, en cuanto al tema de poder, soy yo quien le entrega o no al otro el poder. Y segundo, precisamente quien carece de vínculos afectivos es quien está más expuesto y es más frágil que aquél que tiene muchos.

Me pregunto si no nos hemos blindado afectivamente como una respuesta ante la imposibilidad de crear lazos afectivos verdaderos. Si una persona se repite constantemente que no necesita a nadie, es decir, que se basta a sí mism@, a lo mejor acaba por creérselo.

Sería interesante analizar de dónde proviene esta incapacidad.

Por un lado pienso que una causa puede ser lo que suelo llamar la «congelación del corazón».

Cuando un ser humano necesita el cariño, la confirmación, la protección, o el apoyo de las personas de su entorno, y por la razón que sea, éstas no se lo brindan, inconscientemente «congela» su corazón para no sentir el dolor que le produce el desgarro de constatar que están solos.

Puede que estos individuos sólamente busquen de forma inconsciente establecer relaciones de tipo contractual, de manera que se aseguren de entrada no volver a sentir el dolor de saberse solos.

Su incapacidad para crear lazos afectivos verdaderos provendría de la congelación de su corazón, pero como todo órgano que está congelado es susceptible de descongelarse (felizmente!).

Por otra parte está el discurso social, que pregona un mensaje en el que asegura que las únicas relaciones aceptables y deseables son las de tipo contractual.

La parte afectiva, llamada amor, cariño, ternura, etc. queda fuera, está descartada y «demodé».

En las relaciones contractuales es necesario que la parte afectiva no prime. Si fuera así, se crearían expectativas que no se van a cumplir jamás y generarían rabia y frustración.

Si a una persona jamás le han dicho que le necesitan y que es importante para alguien, ¿cómo se lo va a repetir más adelante a otro?

Puede que cuando se es adulto se comience a descubrir y a aprender que los vínculos afectivos ayudan a sobrellevar la existencia, que estructuran, que arropan y que constituyen un bien muy valioso.

Descubrirlos es muy agradable. Y lo más importante, se despertaría la consciencia de la importancia que tienen y de lo anémic@ que se vivió durante tantos años.

Comenzaría así el proceso de «descongelación» del corazón. Se aprende a que se puede empezar a querer y a confiar en otro y que éste no le va a abandonar.

Me parece importante tener presente que al trabajo se va a trabajar, no a hacer amigos, para hacerlos existen otros ámbitos.

Esto no quiere decir que dentro de un contexto laboral no pueda crearse una amistad que perdure en el tiempo y que sea valiosa para ambas partes.

La confusión viene cuando se establecen relaciones de amistad o amorosas basadas en las premisas que establece un contrato.

Son relaciones de índole diferente ya que aportan cosas distintas y se construyen sobre otras bases.

Las relaciones de tipo contractual, como su nombre lo indica, se basan en un contrato, es decir, en un intercambio de algo a cambio de algo. Por ejemplo, yo te acompaño al cine y tú me invitas a cenar, o, yo realizo un trabajo y tú me pagas por él. El tipo de relación que se establece se cumple en función al tipo de contrato que se ha pactado con la otra persona.

Si no se cumple la parte que estipula el contrato éste se rompe y, evidentemente la relación se acaba.

El punto que marca la diferencia entre una relación de tipo contractual y una que estructure y en la que una persona se puede apoyar, es el compromiso.

Paradójicamente, es sorprendente como han proliferado los lugares para encontrar una pareja. Y no hablo de un intercambio sexual, éste sí que es estrictamente de tipo contractual.

El ser humano busca, a veces de forma desesperada una pareja, probablemente debido a esa necesidad de poder contar de verdad con alguien.

En el compromiso por lo general hay una implicación emocional y un «quid pro quo» (reciprocidad), compromiso que se adquiere libremente.

En otros términos significaría que yo me comprometo a darle al otro lo mismo que él me ofrece. Por ejemplo, en el caso de la amistad si uno contrae una gripe y vive solo, el otro va a prepararle una sopita caliente, porque sabe que si fuera al contrario, la otra persona actuaría de la misma manera.

En el caso del amor sucede otro tanto de lo mismo.

Estos compromisos dan lugar a que se vayan creando pertenencias, las cuales van a contribuir a que un persona se estructure psíquicamente y en las que pueda apoyarse.

Y entre más pertenencias posea un individuo más libre será y más rico afectiva y psíquicamente será.

Repito, se puede vivir perfectamente con relaciones de tipo contractual exclusivamente, cada cual es libre de escoger lo que necesite.

Lo que planteo es que si cada vez más personas escogen estas relaciones, el empobrecimiento a nivel humano será mayor y esta carencia se verá reflejada a nivel social.

Espero no llegar a ser testigo de contemplar en la calle que alguien tropiece y caiga y nadie le socorra.

Como decían las compañeras de colegio cuando era pequeña: «todo amor implica sufrimiento. Si no quieres sufrir no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

En el próximo artículo hablaré sobre la importancia de tener una parcela de intimidad.

(Imagen: http://www.loveit.pl)

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Estrés

(Por Clara Olivares)

Al igual que con el miedo, el estrés es una respuesta adaptativa del organismo que permite entrar en acción.

La primera persona en utilizar el concepto en el campo de la salud fué el fisiólogo Hans Selye en los años 30 del siglo XX.

Definió el estrés (stress en inglés) como «una respuesta adaptativa del organismo ante situaciones estresantes, una respuesta no específica del organismo ante cualquier demanda».

Se asocia la palabra estrés con algo que no va bien, con un problema. Y no es así: es necesario el estrés para que nos pongamos en movimiento. Sin él quizás nos moriríamos…

Etimológicamente, la palabra «stress» significa fuerza que provoca tensión y deforma los cuerpos.

En éste caso, las fuerzas serían las demandas a las que un sujeto se ve expuesto en su vida cotidiana.

La OMS (Organización Mundial de la Salud) lo define como el conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción.

El entorno espera que el individuo se adapte a las demandas que van apareciendo y dé una respuesta.

Y es allí en donde radica el núcleo que hace que el estrés se convierta en algo negativo para el sujeto o en algo que le ayude.

Es un baile entre el mundo exterior y el mundo interior. Dependiendo del tipo de relación que tenemos con los dos mundos, así serán las respuestas que demos.

Una persona responde a la demanda desde diversos frentes: el fisiológico, el cognitivo, el emocional y el conductual.

Todos estos elementos se mezclan y se influyen mútuamente. No es posible trazar una línea que separe uno de otro.

Lo que pensamos y sentimos repercute en lo que nuestro cuerpo hace. Si estamos en una situación de indefensión o de intrusión, lo más probable es que aparezca un herpes en el labio o nos «peguen» una gripe.

El cuerpo habla y lo hace con síntomas. Probablemente éstos digan qué es lo que la persona necesita en ese momento o denuncien precisamente aquello de lo que carece en un momento dado.

Es decir, que si de pronto alguien comienza a tener una gripe, quizás está necesitando aislarse del entorno.

No soy de la opinión de que lo que manifieste nuestro cuerpo sea caprichoso o casual. Estoy firmemente convencida de que a nivel simbólico existe una estrecha relación.

No soy ni la primera ni la única que ha observado éste fenómeno. Existen muchos autores que han escrito sobre el tema.

Como decía antes, cada uno de nosotr@s da una respuesta equis ante las demandas que nos exige el medio.

El problema aparece cuando no es posible recuperarse de la respuesta que en un momento dado se ofreció porque hay que atender la siguiente demanda. Es como si se cayera en un túnel del cual no podemos salir y tenemos que seguir respondiendo.

Es en ese punto cuándo el estrés se convierte en algo nocivo para un sujeto.

Fisiológicamente las glándulas suprarrenales secretan adrenalina al torrente sanguíneo para que la persona tenga la energía necesaria para dar la respuesta que se le exige.

Pero si una vez que ha pasado la emergencia el cuerpo no puede regresar a un estado de reposo (recuperar la homeostasis) se cae en un círculo infernal que llevará indefectiblemente a que la persona enferme.

Lo importante es aprender a manejar el estrés de forma que no nos enferme. ¿Y cómo hacerlo?

Antes que nada, empezar por analizar las características del entorno y la forma en que nosotr@s nos relacionamos con ellas. Es decir, preguntándonos qué exige de nosotros el medio en el que estamos y si estamos o no en condiciones de responder adecuadamente a lo que nos está pidiendo.

¿Cómo vivo las demandas que me piden? ¿Me siento demasiado exigid@? ¿Supone en esfuerzo superior a mis fuerzas?

No siempre se está en las condiciones óptimas para hacerlo, o no podemos hacerlo, para poder dominar el estrés que nos hace daño es necesario trabajar sobre nosotr@s mism@s y sobre los acontecimientos del entorno.

Y aquí es cuándo son tan necesarios los límites. No somos dioses, somos simples mortales y como tales es imposible estar en todos los lugares y responder a todas las demandas.

Esta constatación impone dos preguntas: ¿hasta donde? y ¿a qué precio?

Primero investiguemos cuáles son las fuentes que nos generan estrés, si logramos identificarlas la mitad del trabajo está hecho.

Es cierto que soy yo quien decide, no es esa fuerza que me posee y decide por mí y ante la cuál yo no puedo hacer nada.

Sí puedo hacer y decidir, quizás la confusión proviene de una creencia personal de que esto no es posible.

Seguramente esa creencia tiene un origen más que justificado y quizás ni siquiera nos hemos dado cuenta de que nos la han transmitido y que no es nuestra.

Es como si creyéramos firmemente que no podemos hacer nada y que estamos impotentes y desarmados ante ese «sino».

Siempre se puede hacer algo. Excepto si estamos muertos, siempre existe algo que podamos hacer.

Me parece que la clave radica en ir viendo el tipo de relación que yo mantengo con el entorno, y cuando digo relación me refiero a lo que siento, a lo que pienso y a cómo actúo ante lo que se pide de mí.

El estrés se puede manejar y controlar a condición de que lo deseemos de verdad y a que nos comprometamos con las medidas que imponen los cambios.

En el próximo artículo hablaré sobre la necesidad que tenemos del otro.

(Imagen: http://www.benews.it)

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El miedo

(Por Clara Olivares)

Existen miedos y miedos.

Me explico. Como bien dice la definición de Wikipedia, el miedo es una respuesta natural del organismo ante un peligro. Este mecanismo permite que el sujeto entre en estado de alerta y se prepare para la acción la cual le permitirá huir del peligro.

El primero en percibir un riesgo es el cuerpo. Éste lo percibe inmediatamente y manda señales mediante una contractura muscular, o, un encogimiento en la boca del estómago, o un dolor de cabeza, o a través de un malestar masivo e indeterminado.

Estas señales le están informando a la persona que está frente a algo o a alguien que constituye una amenaza para su salud física o psíquica.

Si el sujeto está en capacidad de percibir esas señales entonces su psiquis o su mente, interpreta esas señales y reacciona para que éste se aleje del peligro.

Pero si la conexión entre su mente y su cuerpo está cortada o es defectuosa, no podrá reaccionar y alejarse de lo que le amenaza.

Es necesario que la señal de alerta pase a la consciencia para que una persona se de cuenta de que está ante un peligro y reaccione.

Podría tratarse de una amenaza física (que alguien intente pegarte) o psicológica (un intento de manipulación). Es más fácil de detectar un peligro físico que uno psicológico.

Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.(Wikipedia)

El miedo permite la supervivencia. Gracias a él se preserva la vida física y la vida psíquica.

¿Pero qué pasa cuando ese mecanismo no funciona de forma correcta? Es decir, cuando una persona es incapaz de reaccionar ante un peligro protegiéndose.

Las consecuencias suelen ser desastrosas ya que la persona es incapaz de protegerse para preservar su salud física o mental.

¿Y qué hace que esta conexión se corte? Probablemente la psiquis de esa persona la esté preservando de algo mucho peor, ya que hay situaciones en las que es mejor no enterarse de lo que está sucediendo alrededor.

Existen familias y sociedades en las que se enseña y se transmite claramente ante qué es necesario tener miedo y huir. Es el caso de un aprendizaje sano en el que se identifica la fuente del peligro.

Y también existen familias y sociedades en las que aparentemente no se identifica ningún peligro de forma clara pero en cambio se transmite el miedo a través del cuerpo (se dice que no se tiene miedo pero la persona está tensa, tiembla, etc.)

Si la palabra y el acto que sustenta ese discurso están en consonancia, esta situación no desencadenará ninguna alteración en la percepción del sujeto.

Pero cuando palabra y acción son opuestas y se refuerza la palabra como fuente de la verdad, la persona crece dividida en dos. Crece haciendo caso exclusivamente al discurso, siendo incapaz de ver que los actos que la acompañan son diametralmente opuestos.

Ha crecido sin ser consciente de esa disociación.

Desde el punto de vista psicológico es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia y ansiedad en la persona, ya que la persona puede sentir miedo sin que parezca existir un motivo claro.(Wikipedia)

Repito, el cuerpo es el primero en registrar esa incoherencia, pero la mente esta incapacitada para interpretar esos mensajes y reaccionar. Por eso digo que la comunicación entre el cuerpo y la mente está cortada o es defectuosa.

Y si éste es el caso, la persona vive en un estado de desazón permanente en el que entra en un situación emocional de ansiedad y angustia, sin comprender de dónde proviene ese estado, o incluso, sin ser consciente de que lo padece.

Por ésta razón es importante estar alerta y aprender a escuchar al cuerpo. Cuando irrumpe una enfermedad o una dolencia no es gratuita su aparición. Probablemente habrá un importante componente emocional asociado.

Desde el punto de vista social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o de la organización social. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también se puede aprender a no temerlos, se relaciona de manera compleja con otros sentimientos (miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte, miedo al ridículo) y guarda estrecha relación con los distintos elementos de la cultura. (Wikipedia)

Cada uno de nosotros ha aprendido a comportarse ante el peligro de la misma forma en que lo hacía el entorno familiar y social en que se nació.

Existe una película magnífica que muestra de forma clarísima cómo un grupo utiliza el miedo para conseguir que ninguno de los miembros abandone el grupo. Se trata de «El bosque» (The village) del director M. Night Shyamalan.

Hablamos de una película, pero si nos trasladamos a la vida real, en las familias existe el mismo tipo de funcionamiento.

El trabajo al que nos enfrentamos como adultos consiste en seguir el rastro que va dejando nuestra forma de relacionarnos con nuestro cuerpo y con los otros para poder identificar si crecimos con esta disociación o no.

Es gracias a la comprensión del funcionamiento en el que crecimos que es posible liberarse de ese lastre que arrastramos, llamado aprendizaje. Esta comprensión permite al sujeto elegir realizar un nuevo aprendizaje desde la consciencia.

Es como ir desenredando una madeja siguiendo la punta de un hilo. En este caso, el hilo lo constituye la forma que cada uno tiene de relacionarse con su cuerpo y con el otro.

Nos podríamos preguntar el lugar que ocupa nuestro cuerpo en nuestra propia vida: ¿existe?, ¿es algo de lo que abuso?, ¿lo cuido?

Y, como todo en la vida, cada uno es libre para decidir si quiere o no desenredar su propia madeja.

Yo digo que es absolutamente recomendable hacerlo, pero repito, cada uno hará lo que puede.

A lo mejor hacerlo resulta demasiado doloroso y es mejor «no revolver el avispero».

La próxima semana hablaré sobre el estrés.

(Imagen: http://www.giovanny10.blogspot.com)

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Celos y envidia: unos monstruos que generan mucha vergüenza.

(Por Clara Olivares)

Los celos y la envidia tienen muy mala prensa. Nadie admite abiertamente que ha sentido celos en algún momento o que envidia algo que posee otro.

Por más vergüenza que nos de sentir estos sentimientos, resulta que forman parte de nuestra naturaleza.

«…la Psicología actual explica que los celos son la respuesta natural ante la amenaza de perder una relación interpersonal importante para la persona celosa. Los celos parecen estar presentes en todas las personas, indistintamente de su condición socio-económica o forma de crianza y manifestarse en personalidades que aparentemente parecían seguras de sí mismas…

 Los celos también tienen relación con la vergüenza que es una respuesta natural del organismo. Muchas de ellas, una vez que los padecen, se sorprenden de si mismas ya que ni siquiera sospechaban que los padecieran…»  (Wikipedia)

TOD@S hemos sentido en algún momento de nuestra vida celos o envidia de alguien o de algo.

Los celos son la respuesta que damos cuando la otra persona hace cosas que los despiertan.

Excepto en los casos en que existe una patología, una persona se pone celosa porque alguien le provoca esa reacción.

Nadie se pone celoso sin razón ni es «celos@» porque sí. Repito, los celos se despiertan porque existe una causa que los ha activado.

Puede tratarse que, ya siendo adultos, nos hemos quedado en un estadío infantil y sentimos celos sin que exista una causa directa en apariencia.

Pero si ése fuera el caso, sentir esos celos «levanta la liebre» como dicen en España, es decir, es un síntoma de algo más profundo.

Es el caso de los niños pequeños cuando nace un hermanit@. Temen perder su lugar, el cariño y la atención de los padres, ahora eso que tenían de forma exclusiva lo tienen que compartir con ese intruso. Es natural que sientan celos al ver en su nuevo herman@ una amenaza que pone en peligro su estatus.

Esa es la buena noticia, la mala es que existen grados. La pregunta que surge sería¿hasta dónde me están llevando mis sentimientos de celos o envidia?

Ante el temor de perder una relación importante en mi vida, ¿qué hago? El cine está lleno de ejemplos que muestran hasta donde es capaz de llegar una persona cuando tiene un ataque de celos.

Recordemos la famosa película de Charles Vidor, Gilda, en donde los dos protagonistas (Rita Hayworth y Glenn Ford) llegan casi a destruirse mutuamente por culpa de los celos.

Celos.  4. Recelo que uno siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda, llegue a ser alcanzado por otro. 6. sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra. (Diccionario de la Real Academia de la lengua)

¿Y qué pasa con la envidia? Me atrevería a decir que más o menos un poco de lo mismo.

La envidia es aquel sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas.La RAE la ha definido como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee.

En términos médicos la envidia ha sido definida por diversos términos según los diagnósticos psiquiátricos. El que más ha marcado redundancia en los últimos tiempos es la frase citada por el Dr. Saúl F. Salischiker:

 

«Cuando una persona se obsesiona y deja de vivir por estar pendiente de tu vida o en este caso en la vida de su adversario, de su entorno, y entre otras cosas siente agobio por cada uno de sus triunfos… Aparte de mostrar signos graves de inferioridad, te muestra que estas tratando con una persona psiquiátricamente enferma.»

(Wikipedia)

Existen personas en las familias que están «enfermas de envidia«.

Es normal que en el proceso de maduración hacia la edad adulta se pasen períodos de envidia. Los problemas sobrevienen cuando nos quedamos clavados en esa etapa y no crecemos.

Sentir envidia de lo que pueda poseer otro, como belleza, dinero, éxito, etc. es lícito, somos humanos. Lo desastroso viene cuando no lo decimos abiertamente y no lo reconocemos.

Uno le puede decir tranquilamente a su mejor amiga o a su hermano que le envidia equis cosa o característica. Y no pasa nada.

Como casi todo en la vida, una vez que reconocemos y vemos cuáles son nuestros sentimientos, el siguiente paso sería hacernos esta pregunta, ¿y ahora qué hago con esto?

Puedo hacer muchas cosas: decírselo al otro, analizar si ese sentimiento me hace sentir inferior o peor persona…

O tener deseos de destruir al otro o lo que posee.

Lo dramático de la envidia es que la persona que la siente cree firmemente que en «eso» que posee el otro se centra la belleza, o, el éxito o, la popularidad…

En realidad quien sufre es el que siente la envidia, no el que es envidiado.

Se comprende que esa persona quiera poseer lo mismo que tiene a quien envidia con la esperanza de conseguir aquello que, según su creencia, le va a dar la felicidad.

Si yo llego a tener lo que el otro tiene entonces seré feliz, o, tendré valor, o, conseguiré aquello que anhelo… existen razones tan dispares y tan variadas como lo son los corazones humanos.

Quizás el «antídoto» para detener ese sentimiento es aceptar la frustración.

Sería como decirse a sí mismo: vale, yo no poseo la belleza, o, la astucia, o, el don de gentes, etc. de fulanito, ni nunca lo tendré porque yo soy distinto de él/ella y por esa razón yo poseo otras cosas que hacen que yo sea yo.

Brevemente, la frustración es aceptar que no puedo obtener lo que quiero y deseo, que mis necesidades quizás no pueden ser satisfechas o que las tengo que postergar.

Esta aceptación abre las puertas hacia la libertad, ya que la persona estaría en la capacidad de abandonar el ancla que le sujeta a la furia que le produce creer que puede poseer siempre lo que desea.

En otras palabras, ver que en tanto que seres humanos poseemos límites. Y éstos nos enseñan que existe una línea que no se puede traspasar, un «hasta aquí».

En mi próximo artículo hablaré sobre el miedo.

(imagen: http://www.ideasmx.com.mx)

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Ser o no ser: ¿es posible?

(Por Clara Olivares)

Aunque parezca un chiste que utiliza una expresión de Shakespeare para hacer un juego de palabras, la realidad es que de gracioso no tiene nada.

Es más, a veces resulta verdaderamente dramático el intento de tantos seres humanos que desean desesperadamente ser, es decir, poder expresar libremente lo que piensan y sienten, así como hacer lo que estiman que va en concordancia consigo mismos.

Bien sea por impedimentos familiares o sociales, la posibilidad de ser uno mismo no siempre resulta tan evidente. En algunos casos, serlo puede llegar a ser completamente inadecuado o inaceptable para el medio.

Me parece importante señalar la diferencia que existe entre una estrategia de supervivencia y una negación del otro.

Las consecuencias que acarrean estas dos opciones son muy diferentes entre sí. En el primer caso, se consigue una adaptación del individuo al entorno y en el segundo se produce una devastación psíquica que probablemente impedirá la sana construcción del soporte identitario del sujeto.

Para poder sobrevivir en cualquier ámbito es necesario que cada uno de nosotros fabrique un «otro yo» que le permita ser aceptado e incluido en la familia o en la sociedad.

Hablaríamos entonces de una «estrategia de supervivencia», sana y necesaria por otra parte.

¿Pero que pasa cuándo los intentos por mostrar lo que uno es resulta imposibles? ¿Qué pasa si cada vez que alguien se expresa recibe una descalificación sistemática del medio?

Los padres, de forma consciente o inconsciente, albergan expectativas frente a sus hijos: desean que desarrollen tal o cual profesión, que consigan el éxito en equis campo, que se casen, que tengan hijos… etcétera.

¿Y si esas expectativas no coinciden con el deseo, con las aspiraciones y las preferencias del hij@?

Puede suceder que se trate de una familia flexible y respetuosa en la que la diferencia está permitida y ésta pueda llegar a tener un lugar. Así por ejemplo, un padre que deseaba que su hij@ fuera médic@, choca con lo que él/ella quiere ser, por ejemplo, bailarín.

Esta opción no se acerca ni por asomo a la expectativa de ese padre, sin embargo éste acepta y reconoce que si ese es el deseo de su hij@ y que además éste posee cualidades para desarrollar ese oficio, le apoya y le anima.

Pero si ese hij@ se encuentra en el seno de una familia o de una sociedad rígida en la cual no está bien vista su decisión, entonces comienzan los problemas.

Tanto para la familia como para el hijo. Nadie sale indemne.

Si alguien le niega sistemáticamente a otro el derecho que tiene éste a ser diferente y a existir, la construcción de ese soporte identitario del que hablaba más arriba, no va a ser posible.

¿Por qué? Porque todos necesitamos de la mirada del otro para poder saber quienes somos. Si el entorno nos devuelve una mirada valorizante, entonces sabremos que poseemos aspectos positivos que son admirables, que tenemos cualidades y que nuestras características personales poseen valor.

Si por el contrario la mirada que recibimos es descalificatoria, es decir, el conjunto de elementos que hacen que yo sea Pepe o María es inadecuado o es inaceptable, la imagen que tendremos de nosotros mismos será muy pobre y no será válida para construir alrededor de ella nuestra identidad.

Una forma de descalificar a otro, muy utilizada por lo demás, es la de emitir un juicio sobre lo que el otro es. El juicio valora al sujeto y lo aboca exclusivamente a dos salidas: aceptable o inaceptable.

Puede que si al tercer juicio (por poner un número) la persona sigue obteniendo un resultado de «soy inaceptable o inadecuado», entonces lo que probablemente sucederá es que esta actitud favorezca la creación de «otro yo» que obedezca a las expectativas del entorno para conseguir convertirse en un ser aceptable y adecuado.

Esta situación es especialmente dramática en edades tempranas durante las cuales el individuo está en un «proceso de formación».

No es posible construir una identidad sobre un elemento negativo.

Y si ese «otro yo» es diametralmente opuesto a lo que una persona es, las consecuencias a nivel psíquico pueden llegar a ser desastrosas.

Por eso es tan importante ser muy cuidadosos para no emitir juicios sobre otro, ya que el hecho de enjuiciar significa dar una aprobación o una desaprobación sobre lo que ese otro es.

Me pregunto si en el fondo y de forma inconsciente, quien enjuicia no se coloca en un lugar de superioridad frente al que tiene enfrente y le transmite sutilmente su desprecio, quizás en un intento inconsciente de compensar el daño que le causaron en algún momento de su vida y así «sanar» la herida que tiene.

Sentirse juzgado por alguien puede llegar a ser verdaderamente antipático, éste juicio va a desencadenar rabia y resentimiento producidos por la negación de que son objeto estas personas.

La persona que emite el juicio quizás haya padecido en su infancia la misma descalificación que luego aplica con el otro.

Existen muchas formas para transmitirle al otro una crítica sin dañarle.

Puede que muchos padres, abuelos y hermanos no se den cuenta de la importancia que sus comentarios pueden llegar a tener en el desarrollo emocional y psíquico de un ser humano.

Felizmente nunca es tarde para aprender y reconocer a otro siempre es posible.

El desafío sería el de plantearse qué camino tomar: ¿Despierto mi curiosidad por el otro y descubro quien es?, o, ¿Me dedico a enjuiciarle y le clasifico en el grupo de los aceptables o en el de los inaceptables?

La semana próxima hablaré sobre la envidia y los celos.

(Imagen: http://www.people.tribe.net)

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El deseo

(Por Clara Olivares)

A menudo la palabra deseo suele asociarse a su componente sexual casi exclusivamente.

Pero el deseo es mucho más que eso.

Me gusta recurrir al diccionario para ver cuál es el significado de una palabra. En éste caso, el diccionario de la Real Academia de la Lengua dice: (Del lat. desidium) m. Movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa.

Sería interesante ir desgranando cada uno de los elementos de su significado.

«Movimiento enérgico de la voluntad»: el deseo es el impulso que mueve hacia algo, activa al sujeto para que se ponga en movimiento y vaya a conseguir aquello que desea.

En otras palabras, es un motor que genera la fuerza necesaria para ir hacia ese algo que despierta mi deseo.

Desde el psicoanálisis se habla de pulsión, entendida como «el proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su fuente en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin». (Diccionario de psicoanálisis, J. Laplanche y B . Pontalis, Paidós, 1993).

Si revisamos nuestra trayectoria de vida nos daremos cuenta de que hemos llevado a cabo sólo aquello que realmente hemos deseado, aunque en muchas ocasiones ni siquiera lo hemos hecho de forma consciente.

Pero el deseo no se puede exigir, aparece o no aparece. No hay que olvidarlo.

Si no existiese un deseo subyacente que alimentara el movimiento, estaríamos muertos. En otras palabras, ha sido el deseo el que ha propiciado que desarrollemos un proyecto, o, que construyamos una relación con otro, o, que seamos creativos.

«…hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa» Y esta segunda parte de la definición acaba de aclarar la dirección hacia la cual nuestro deseo nos encamina. Correspondería al «objeto» del cual habla el psicoanálisis.

Finalmente es energía con la que cada persona puede, de forma consciente o inconsciente, construir o destruir. Hablaríamos entonces de la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).

La ausencia de deseo significa la muerte.

Si nos vamos a la mitología griega encontramos que Eros es el dios de la atracción sexual, el amor y el sexo.

Fue concebido por Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza). («El Banquete» de Platón).

Es muy elocuente el origen de Eros. Éste nos habla de las dos fuerzas opuestas que existen en el deseo. Podríamos afirmar que la abundancia representaría el deseo de vida, en tanto que la pobreza iría dirigida hacia el deseo de muerte.

Quisiera unir este concepto de deseo a la naturaleza. ¿Por qué? Porque la naturaleza es al mismo tiempo constructora y destructora. Su fuerza es arrolladora.

Me viene a la mente la imagen de una pequeñísima planta que brota a través del asfalto. La pujanza que la vida tiene se da la maña para atravesar una materia inerme como es el asfalto y crecer.

Es más fuerte la pulsión de vida que la pulsión de muerte.

En una ocasión me dijo una psicóloga: «ábrete a la vida y deja que ésta te atraviese».

Sí, ¿cuántos años de nuestra vida hemos invertido en negarnos la vida? Nos hemos cerrado a cualquier evento que nos conduzca a entregarnos a la vida, a esa fuerza extraordinaria que nos permite transformarnos y que nos conecta con nuestro instinto.

El instinto siempre va encaminado hacia la vida, es muy raro que conduzca hacia la muerte.

¿Y por qué no comenzamos a abrirnos a la vida y nos dejamos guiar por ella?

Finalmente de nada sirve resistirnos, peleamos y peleamos y ésta pelea nos desgasta ya que desde su inicio es una batalla que está perdida.

Nos tenemos por seres muy racionales y muy controladores pero la realidad es bien distinta.

A la larga terminamos llevando a cabo sólo aquello que en el fondo de nuestro corazón deseabamos.

¿Qué hace que nos resistamos tanto a la vida?

«El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo«. («El alma está en el cerebro», Eduard Punset).

En mi próximo artículo hablaré sobre la viabilidad de ser o no ser.

(Imagen: http://www.alemdodivan.blogspot.com)

 

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La culpabilización fraternal: inculca la sumisión al grupo

(Por Clara Olivares)

Como vengo haciendo en mis dos últimos artículos, sigo desarrollando el libro escrito por el Dr. Robert Neuburger.

Hoy abordaré la última modalidad de culpar a otro: la de tipo fraternal.

Imagino que para quienes somos hijos de los años 60, ésta modalidad nos resultará muy familiar. Recordemos el movimiento hippie y todo lo que éste desató, a esto sumemos la herencia recibida para continuar la lucha sin cuartel del mundo femenino por que las féminas dejaran de ser unas criaturas indefensas e inútiles, cuyo único valor radicaba en agradar y estar bellas.

Todo el legado que nos transmitieron nuestras madres por la lucha de los derechos de las mujeres, no podía caer en saco roto.

«Acaba tu huevo, por favor. He leído en el periódico que hay gente que muere de hambre en Asia. (Amos Oz, «Cómo curar a un fanático». París, Gallimard, 2003).

«Esta clase de orden terminante seguida de una constatación de la miseria humana es un clásico de la culpabilización de tipo fraternal, utilizada por los padres para inculcarles a sus hijos el sentido de solidaridad, y, accesoriamente hacerles acabar su comida si ellos refunfuñan».

Y la lección la aprendimos muy bien. Quizás ésta haya derivado en una excesiva reivindicación por esa igualdad entre los sexos, pero como todo en la vida, esa lucha acarrea consecuencias positivas y consecuencias negativas.

«Esta técnica se apoya en una auto-culpabilización anterior, aquella que parte del hecho de que «somos culpables», sin duda ésta es la cama de nuestros sentimientos. Cuando reflexionamos con atención, es totalmente cierto que somos culpables

«Es cierto que deseamos el lugar del otro, es cierto que somos envidiosos, cierto es que hemos alimentado el deseo de matar y de devorar«.

Socialmente se han penalizado tanto los sentimientos de envidia y celos, que por otra parte son inherentes a la naturaleza humana, que confesar y admitir que se tienen equivaldría a ponerse uno mismo «la soga al cuello».

Y si además eres mujer, peor!

«El sentimiento de culpabilidad de origen fraternal preexistente encuentra sus raíces en el grupo de iguales, se trate de los compañeros de clase o de los herman@s

«Estos grupos se estructuran alrededor de los mitos de lealtad, de solidaridad, de saber compartir, de igualdad.«

«Cierto protestantismo ha podido apoyarse en esta sensibilidad, sobre el sentimiento de engendrar la culpabilidad en aquellos para los que ser egoístas constituyen en pecado grave, ya que el egoísmo confronta el sentimiento de comunidad

Dicho de otro modo, si «soy» egoísta (anteponiendo mis necesidades a las del otro) estoy dando la espalda y traicionando a la comunidad, en este caso a los hermanos, a las familias o al género masculino o al femenino.

«Calvino decía: Aquel que odia a su hermano merece ser juzgado; aquel que odia será condenado por todo el consistorio; cualquiera que cometa una injuria es culpable de arder en el fuego del infierno«.

Y si lo trasladamos a las décadas de los 60, 70 y 80, el discurso se transformaría en demostrar mediante la palabra y los actos que jamás se traicionará la lealtad al grupo de las mujeres.

Y yo me pregunto: ¿y qué pasó con los hombres? Ellos tendrían algo que decir al respecto, digo yo.

Quizás en esa lucha denodada por convertirnos en unos seres iguales a los hombres, ¿no terminamos cercenando la hombría de muchos hombres? ¿No conseguimos que los hombres que nos rodeaban se convirtieran en seres impotentes, en los planos sexual y relacional?

«Georges Simenon (escritor belga, creador del inspector Maigret ) fue culpabilizado de forma masiva por su madre quien no le perdonó jamás ser uno de sus hijos supervivientes y con un éxito reconocido».

«A sus ojos (de la madre) debió haber sido Georges el que hubiera debido morir y no Christian, su hermano mayor, el preferido.»

«…para su madre, Georges era el responsable de la muerte de su hermano. Así un día hace este comentario: ¿Por qué ha sido Christian quién ha muerto y no tú?, o, Es curioso, es Georges quién tiene la gloria y Christian quien tenía el genio».

«Todos los esfuerzos desplegados por Georges para ganarse el amor maternal fueron en vano. Incluso el dinero que él le dio, ella no lo gastó: es más, un día se lo devolvió todo.»

Pesadita esa carga, no? A mí me parece que al igual que Simenon, cada uno de nosotr@s lleva puesto, de forma consciente o inconsciente, un fardo de culpa al haber sido desleal al grupo, llámese éste a las mujeres, a la pareja, a la familia, etc.

«La deuda de solidaridad: En una pareja, existen dos tipos de solidaridad. La primera concierne al mundo interno de la pareja que se traduce esencialmente en la idea de que cada uno debe participar con las labores domésticas, con la educación de los hijos y en aportar su contribución financiera de acuerdo a sus ganancias. Todo esto respetando siempre una igualdad, de tal manera que el hecho de compartir sea vivido por cada uno como algo justo«.

«Esta igualdad de roles generalmente no plantea problemas porque la igualdad tiende a fraternizar a la pareja, es decir, a deserotizarla.«

Este párrafo ilustra muy bien una de las consecuencias negativas que conlleva funcionar con esta modalidad.

Nadie desea estar en pareja con su hermanit@. Sí, puede resultar un lugar muy cómodo en donde se comparten afinidades, gustos, hobbies, etc.

Pero en el fondo y de forma inconsciente, tanto él como ella buscan la diferencia, es decir, buscan a un hombre que se imponga, que sea decidido, que tome el papel activo en el juego de la seducción y a una mujer que se entregue y que se deje seducir. Se daría así inicio a un baile seductor que puede llegar a ser tremendamente satisfactorio para las dos personas.

Hemos puesto tanto empeño en que los sexos sean iguales, que se ha creado el monstruo de la indiferenciación. Es necesario que seamos diferentes del otro: de la madre, del padre, de los hijos, de la pareja, del otro sexo.

Si no hay diferencia no se podrá construir la estructura psíquica interna necesaria para un soporte identitario, es decir, aquel que responde a la pregunta de ¿quién soy yo?.

No puedo ser ni mi madre, ni mi pareja, ni mi herman@, si eso sucediera me sumiría en la locura.

«La solidaridad en esta configuración, significa igualmente sostener y apoyar a su pareja en caso de dificultades personales de cualquier índole, de suerte que se espera una muestra de solidaridad en caso de que surja una situación dramática, como la enfermedad o la pérdida de un hijo.»

Y ésta me parece que es una consecuencia positiva y más aún en los tiempos que corren, en los que cada uno «barre para su casa» exclusivamente.

«La segunda forma de solidaridad conyugal tiene que ver con el mundo exterior a la pareja, por ejemplo la familias de origen. Alguno de los dos puede estar en conflicto con su propia familia (por una herencia, por la participación en una empresa familiar, etc.) o con la familia de su pareja (la no aceptación, los problemas causados por la llegada de un hijo, etc.).»

«También puede esperarse la solidaridad de la pareja en los casos de duelos familiares, o de relaciones con amigos o conocidos que puedan ser irrespetuosas o intrusivas, o cualquier otra circunstancia en la que cada uno de los miembros de la pareja espere que el otro se muestre unido haciendo un frente común ante las dificultades.»

Y si ésto no se da en la pareja, nacen los problemas: quizás se caiga en un bucle de reproches y de peleas que van minando y desgastando a los dos miembros de la pareja.

«La solidaridad no se paga con palabras, necesita de los actos: una escucha activa, un gesto en el momento oportuno, en particular cuando uno de los dos se encuentra en un momento de desarraigo

«Saber escuchar y ayudar cuando se necesita no siempre es fácil y los problemas pueden surgir si alguno de los miembros de la pareja no ha sentido el sostén que necesitaba del otro.«

«Dos tipos de circunstancias son las que van a constituir problemas en la pareja: cuando la solidaridad (muy activa en la vida cotidiana), transforma a la pareja en un equipo desexualizado y cuando uno de los miembros no ha cumplido con su rol de sostén frente a la adversidad».

Con esta exposición se comprenden muy bien las consecuencias que pueden llegar a traer en cualquiera de los miembros de la pareja, el hecho de que alguno de los dos transgreda los límites que constituyen las fronteras de ese mundo íntimo llamado pareja.

En mi próximo artículo finalizaré el tema de la culpabilidad con las conclusiones a las que el Dr. Neuburger llega en su libro.

(Imagen:www.bouwhuis.com)

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La culpabilización materna: enseña a someterse al otro

(Por Clara Olivares)

Como vengo haciendo en los dos últimos artículos, continúo desarrollando los interesantes y muy útiles planteamientos que hace el Dr. Neuburger en su libro «L’art de culpabiliser».

Así como la culpabilización paterna enseñaba la sumisión a la norma, la culpabilización materna enseña la sumisión al otro.

Como reza el dicho: «ni tan cerca al santo que lo queme, ni tan lejos que no lo alumbre».

Vuelvo a repetir que cualquier extremo no es saludable, bien sea por ausencia o por exceso.

«Un maestro debe ser temido, escribía Rousseau; para ello hace falta que el alumno esté completamente convencido de que éste tiene el derecho de castigarle pero al mismo tiempo, y en especial, el maestro debe ser amado por su pupilo».

Y la culpabilización materna funciona exactamente igual.

«La búsqueda del amor, o más bien el temor a perder ese amor, son resortes lo suficientemente fuertes como para obtener la sumisión del otro«.

Cuando el adulto (en este caso la madre) ha abusado de ésta herramienta para poder someter y controlar a sus hijos, hace que éstos corran hacia el extremo opuesto.

Me explico, sería como decir lo siguiente: si me intentas someter a cualquier precio, yo me rebelaré con todas mis fuerza para impedirlo. Es el caso que los hijos de unos padres que comulgan con la extrema derecha o la izquierda, más adelante cuando son adolescentes  se vayan al extremo completamente opuesto al de sus padres.

«Se trata de un espacio suficientemente grande como para dar cabida a todos aquell@s que buscan herramientas para hacer sentir culpables a sus hijos o a sus parejas».

«Y es quizás la técnica más explotada actualmente, o por lo menos la más eficaz, ya que la técnica de auto-culpabilización por la vía paterna tiende a desacreditarse por el debilitamiento considerable de la noción de norma.»

Lo curioso del asunto es que, cuando se crece se termina repitiendo el mismo patrón, al menos, claro, que la persona realice un trabajo de apertura de su consciencia a través de un trabajo personal.

Si nos paramos un momento a revisar la historia de nuestra familia, y luego la nuestra, descubriremos atónitos que estamos haciendo exactamente lo mismo que hicieron con nosotros y a lo cual nos oponíamos con manos  y pies.

«La diferencia entre los dos tipos de culpabilización la ilustran muy bien estas dos propuestas: Si me dejas, yo te mato (culpabilización paterna), y, Si me dejas, yo me mato (culpabilización materna).»

«El tipo de culpabilización materna reposa sobre la deuda de amor

Difícil y pesada carga. Si no se entra dentro de los esquemas rígidos de esa madre inconsciente, el precio a pagar suele ser alto. Probablemente se reciba una dosis doble de culpabilización.

«Por lo general ésta tiene una relación directa con las madres, pero contrariamente a lo que podríamos imaginar, su uso no está reservado exclusivamente a las mujeres, los hombres le utilizan casi con el mismo talento».

Sin duda alguna, es una técnica muy efectiva.

«Podríamos resumirla en la siguiente frase: tú debes sentirte culpable frente a tu madre que ha sufrido tanto para tenerte y que tanto ha sacrificado por tí».

» En la literatura ejemplos no faltan. Gisèle Halimi en Fritna (París, Pocket, 2001), escribe: Yo (su madre), ¿que no te amo? Yo que siempre te he cuidado, tú que siempre estabas enfermo. Con fiebre, tus sábanas mojadas, en la noche yo me levantaba para cambiártelas… No tienes vergüenza, yo que hubiera muerto por ti».

Cuando el otro no se somete o no se consiguen los resultados deseados (estoy hablando de un hijo o de una pareja), rápidamente se enarbola la bandera de «… y todo lo que yo he hecho por ti».

Frases del tipo: «he abandonado mi profesión para estar contigo», o, «me deslomo a trabajar para darte una buena vida«, o, «últimamente solo sales con tus amig@s«, suelen desencadenar el mecanismo para hacer sentir culpable al otro. Y lo triste es que funciona.

«Y continúa más adelante: Mi madre se vivía como una víctima. Una víctima del deber religioso, de la moral conyugal y de la abnegación maternal».

«… así yo aprendí muy pronto una regla universal: dentro del cercano entorno de víctimas, no importa lo que yo diga o haga, forzosamente seré culpable. Culpable a todos los niveles, culpable porque se está dentro del universo de la víctima».

Ya lo escribía en otro artículo, las personas que se hacen las víctimas son realmente odiosas.

«Milan Kundera («La vida está en otra parte», París, Gallimard colección Folio, 1976) no desmerece al afirmar que se encuentra dentro del club de culpables que están bajo la modalidad materna: «… El día fue bello y la noche también pero cuando regresa a su casa sobre la medianoche, su madre iba y venía nerviosa a través de la habitaciones de la villa. «Tú no tienes ninguna consideración por mí, tú me asesinas» gritaba ella con una voz histérica, yendo hacía la habitación contigua. Jaromil se quedó clavado en el lugar, espantado y con el sentimiento de haber cometido una gran falta. (Ah, pequeño, jamás podrás deshacerte de ese sentimiento. Eres culpable, eres culpable»)».

«Y sigue: «… y será igual cuando tú pases tu tiempo con otras mujeres, cuando estés en su cama, habrá una larga correa atada a tu cuello y en alguna parte en la lejanía tu madre sostendrá del otro extremo y notará a través de la cuerda el movimiento brusco y obsceno al cual te abandonas».

Este tipo de madres no puede soportar que su hij@ (o su pareja) disfrute de un momento de diversión o de expansión fuera del entorno familiar y, evidentemente, que éste esté lejos del control que ellas puedan ejercer.

Si la pareja o el/la hij@ se divierte y pasa un momento agradable, cae sobre el/la rebeld@ con todo su peso para que éste último se auto-culpabilice, por una parte, y por otra, evidentemente lo castiga retirándole su amor.

Este juego tiene un doble objetivo: no permitir jamás que el/la hij@ abandone el hogar rompiéndose así la relación fusional con la madre e impedir que éste se independice y sea autónom@.

«Quienes lo han padecido pueden tener más tarde reacciones violentas frente a todo aquello que se parezca de cerca o de lejos a una culpabilización materna

Previsible, ¿no?

«Así mismo Thomas Bernhard escribe en su obra «Béton»: … yo no fui atormentado como mi hermana por el astuto ardid de obtener reconocimiento (un sub-producto de la culpabilidad).»

Familias enteras que han estado sumidas, generación tras generación, en este tipo de funcionamiento, generan miembr@s que se embarcan en una búsqueda imposible de conseguir un reconocimiento de su entorno (pareja, amigos, trabajo).

Es como si padecieran de una necesidad insaciable de reconocimiento, hasta que pueden ver y comprender de dónde proviene esta sed.

Aquello que nunca se obtuvo de pequeño es lo que se busca de adulto con más ahínco. Las consecuencias que arrastra una persona a lo largo de su vida por una falta de reconocimiento en su niñez, constituyen una herida profunda y dolorosa que suele impedir la construcción sana y necesaria de una identidad psíquica.

Entre mayor haya sido la presión que una persona ha padecido en su infancia/adolescencia para ser sometida por medio de la culpa, así será la rebeldía que manifieste para impedir el ejercicio de este tipo de violencia.

«… y Béton continúa (hablando de personas que dicen todo el tiempo que están dispuestas a sufrir todos los sacrificios y a sacrificar su vida por los demás): Estas personas no tienen otra cosa en la cabeza que hacerse cubrir de elogios y condecoraciones a costa de la carga de aquellos que claman su ayuda y les tienden las manos con un grito que pide seguridad»

«Son personas peligrosas, más egoístas y déspotas que cualquiera, ávidas de poder… y que diariamente juguetean en numerosas asociaciones religiosas y políticas a lo largo del mundo entero, con el único deseo de su gloria personal,  yo las aborrezco».

Y con esta elocuente descripción nos adentramos en el «maravilloso» mundo de los/a salvador@s.

Identificarlos lleva más tiempo pero resultan casi igual de pesad@s que las personas que se hacen las víctimas.

Acuden raudos y veloces a «salvar» y a «rescatar» a todo aquel que necesite ayuda. Lo problemático del asunto es que nunca esperan a que la persona implicada pida ayuda.

La dan, muchas veces y de forma inconsciente, imponiéndosela al otro.

Si alguien necesita ayuda, simplemente la pide. O, si no está clara su solicitud, se aclara preguntando.

El/la salvad@r n-e-c-e-s-i-t-a- salvar, es mediante este mecanismo que su maltrecha identidad y su herida por la falta de reconocimiento se compensa.

«Como lo he señalado más arriba, dice Neuburger, los hombres utilizan esta técnica de la culpabilización materna con un talento casi igual al de las mujeres

«La Iglesia católica también ha hecho un uso de este recurso de forma palpable… en cuanto a los terapeutas, solamente me basta reproducir la respuesta que uno de ellos, psicoanalista, le dio a una de sus pacientes cuando ésta expuso su deseo de interrumpir la terapia:»no todo el mundo es analizable». El efecto culpabilizador de sus palabras, que difícilmente enmascaraban su decepción, no escaparon a la paciente!».

Resumiendo, me atrevería a afirmar que TODOS hemos utilizado esta técnica en algún momento de nuestra vida.

Quizás lo importante es que nos demos cuenta de ello e intentemos no repetirla de forma consciente, es odiosa.

(Imagen: http://www.amigo.webhog.com)

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